viernes, 3 de septiembre de 2010

Los “complotistas” . . . (cuento)


La borrachera más fuerte no era la del licor, sino la del poder. Los “observadores” eran entonces observados.

Estuardo Zapeta

Pusieron los manojos de pisto sobre la mesa del dueño de la cevichería en la zona cinco. Cabelleras largas, muchos guaruras, carros blindados. Se ufanaban de estar “muy cerca” del Gobierno, y lo decían.

El dinero era para que el dueño cerrara la cevichería durante esa larga tarde que se convirtió en noche y luego en madrugada, y estuviesen al personal al servicio de ellos.

Pidieron ceviche de pescado, de camarón, mixtos, de concha, de pulpo, hasta de “criadilla”, pero de esto último el cevichero no tenía, pero se los consiguió.

Hablaron de todo: de la campaña, del financiamiento, de lo mal que los estaban tratando esos “hijos de la gran p . . .” de la prensa, de sus familias, de los “culitos” que se habían agarrado, de lo malcriado que estaban los hijos, de las esposas, de las suegras, del colegio, de armas . . .

Las pálidas luces neón se reflejaban en sus largas cabelleras, y faltaba todavía el tema que los había juntado en esa oscura cevichería: “Cómo dejamos que nos hicieran m . . . a la Cicig,” preguntó retóricamente el regordete del grupo. “No sé,” dijo el esbelto. “Fue error de cálculo, o fue el tiempo de reacción nuestra,” dijo otro, mientras suspiraba.

Pero el más callado, el que se había entretenido por horas en un par de chelas, y había preferido el “caldo de mariscos” a los ceviches mixtos, habló con tanta certeza que dejó a todos más fríos que el congelador de la bodega.

“Muchá, se los vengo diciendo, desde hace ratos, y ustedes no me escuchan. Mientras nosotros chupamos aquí, esos h . . . de p . . . están viendo cómo hacen m . . . al uno, y si cae él, olvídense, cae ella y atrás nos vamos nosotros. Lo que le hicieron a la Cicig es sólo muestra de lo que pueden hacer, pero ustedes cero . . . no me hacen caso”.

Reinó el silencio. Hasta el pez payaso de la pecera decorativa se quedó petrificado.

“Se los dije, es el Zapeta (Estuardo Zapeta), el Paco (Francisco Cuevas) y Mario David (Mario David García) los que están detrás del complot, ayudados por . . . , quien no sé cómo se mantiene cerca del uno”.

El cuarto nombre no se distinguió bien, pero sonaba parecido al de un alto funcionario, cercano al más íntimo círculo de poder, “la rosca”, del Presidente.

“Por poco y desaparecen a la Cicig,” insistía el regordete que era obviamente “el estratega,” y a quien más escuchaban, y cuyos malos chistes arrancaban las más hipócritas carcajadas.

“Al Paco hay que echárselo,” dijo el más callado. Y rabia era la que ya entrada la madrugada, con mucho licor entre pecho y espalda, mostraban estos alegres bohemios en la zona cinco.
“¿Cómo va el control, vos?” preguntó el gordo y alto al tímido. “Pues bien, a Zapeta lo tenemos monitoreado, y de Mario David no hay mucho que controlar. El mula del Zapeta de todo habla en sus teléfonos,” explicó. “Pero con Paco si no sé qué hacer . . .” sentenció.

“Yo ya se los dije qué hacer con Paco . . .”

La borrachera más fuerte no era la del licor, sino la del poder. Los “observadores” eran entonces observados. Y este cuento ha terminado.

Artículo publicado por el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día viernes 03 de septiembre 2010.

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