viernes, 17 de septiembre de 2010

Declaración de una patriota


Nada que ver con una agrupación política que ha tomado el nombre que debería caracterizarnos.

Karen Cancinos

Se me antojó un tanto lúgubre el clima de opinión durante esta semana, eso a pesar del sol que se asomó —finalmente— durante varios días. Hasta el editorial del Siglo del miércoles 15 hizo eco del desánimo general. Y está bien. No afirmo que debamos regar pino en el piso, destapar la marimba y quemar torito cuando nos aturde una seguidilla de noticias sobre inundaciones y deslaves, balaceras de narcos en centros comerciales citadinos y una plétora de “campos pagados” de politicastros mediocres ya en plena campaña. Lo que sí digo es que no haríamos mal en diseccionar la falta de patriotismo que caracteriza, me parece, a buena parte de la población.

El patriotismo —no el nacionalismo— usualmente no es bien visto por los que se creen muy inteligentes. “Soy ciudadano del mundo” es la tónica entre la casta “intelectual” de todas partes. Y los de aquí no son la excepción. Unos cuantos viajes, una que otra estadía estudiantil o laboral en otra parte, se le suben a la cabeza a nuestro intelectualoide más rápido que vaso de vodka a jovencita flaca que se va de tragos sin haber hecho base. Si no me cree, pásele los ojos a piezas de opinión en los diarios locales: de seguro lee usted frases casi todos los días denostando a Guatemala (“país horrendo, paisito, porquería de país”), exaltando la maravilla de la que gozan todos menos nosotros (“en los países civilizados hacen esto y lo otro”), y pergeñando lo buenos, entendidos e industriosos que resultan los seres humanos, siempre que no sean guatemaltecos por supuesto.

Por eso los embajadores de otros países y los miembros de organismos internacionales pueden hablar tonterías —no digo que lo hagan todos ni que lo hagan siempre—, seguros de que cualquier cosa que digan será recibida con bombo y platillos, como si fuese una joya de sabiduría, y que estaremos, pobres chapincitos sin luces, con un balde listos a recogerla aun si en el empeño tenemos que arrojarnos al suelo, no vaya a ser que se ensucie, ni lo quiera Dios, ¿no ven que quien habla es estadounidense o, el súmmum de la sofisticación, europeo? Es más, deberíamos estar agradecidos de que nos pongan atención, pues a pesar del mandato divino de no tirar perlas a los cerdos, ahí están los eximios funcionarios con acento raro intentando adecentarnos un poco a la piara. Bien pagados por los contribuyentes de sus países eso sí.

Pero bueno, ¿es tan importante esa carencia de autoestima nuestra, que le da alas a la arrogancia de “la comunidad internacional” respecto a nosotros, y que interpreto como falta de patriotismo? En mi opinión, sí lo es, y diré por qué.

El patriotismo, no entendido como nacionalismo racista, autárquico y hostil contra lo foráneo, sino como el conjunto de vínculos que mantienen una sociedad cohesionada —nada que ver con el caro juguete de ya saben quién—, en un sostén contra las arremetidas de politiqueros con afán de poder. Cuando uno tiene sentido de pertenencia, de obligación y de lealtad para con su país —cuando uno tiene patriotismo, en suma— está bien dispuesto a aquello de “defender su tierra y su hogar”. Si mi patriotismo es tachado de aldeanismo, que así sea. Vea usted, carezco de arrogancia posera internacionalista y de mundanería intelectualoide, y por eso digo bien alto me siento muy orgullosa de ser guatemalteca.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día viernes 17 de septiembre 2010.

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