miércoles, 29 de septiembre de 2010

Familia y violencia


Como dijo George Bernard Shaw: “Una familia feliz no es más que un anticipo del Cielo”.

Carroll Ríos de Rodríguez

¿Qué podemos hacer nosotros frente a la imparable ola de violencia? Nos planteamos la pregunta cada vez que oímos de un asalto, un asesinato, una balacera. Por necesidad, hemos erigido talanqueras y bardas, cerrado calles, contratado seguridad privada y organizado grupos de patrullaje nocturno entre vecinos. El artículo que publicó Luis Marroquín en estas páginas el lunes nos señala otra importante tarea que afrontar: el fortalecimiento de la familia.

Ningún estudio lo contradice: la descomposición familiar es la principal razón por la cual nuestra juventud participa en actos criminales y violentas maras. Es cierto aquí y en otros lugares. La extensa investigación titulada Diez Principios de Princeton concluye que: “Las familias fuertes que permanecen unidas estabilizan el Estado y reducen la necesidad de agencias sociales burocráticas, costosas e intrusivas…Cuando las familias se rompen, aumenta la delincuencia y el desorden social”. Estudios elaborados en Europa cifran en millones de euros los costos para la sociedad de las múltiples consecuencias de la ruptura familiar, incluidos la delincuencia juvenil, el consumo de drogas, las enfermedades mentales, el fracaso escolar, la excesiva dependencia de programas estatales y la pobreza. (The Family Watch 2009) Los hijos de matrimonios unidos también pueden caer en estos males, claro, pero lo hacen en menor grado. La ruptura familiar es además una causa de la pobreza. Las estadísticas revelan que la economía familiar es bastante más precaria para los hogares monoparentales a cargo de mujeres, salvando las heroicas excepciones.

A todas luces, conviene defender esta ancestral institución. En términos económicos, la familia estable genera externalidades positivas. Y es una tarea que la ciudadanía, actuando libre y responsablemente, desarrolla con mucho más éxito que el Gobierno central. Al Gobierno corresponde hacer valer las garantías constitucionales que protegen la unidad familiar. Toda ley y política pública debe respetar la esfera de privacidad que corresponde a la familia. En el mejor escenario, con un sano andamiaje social, la intervención gubernamental tendría que poder evitarse incluso cuando los padres son negligentes o violentos.

Este es un delicado trabajo de hormiga. Cada caso presenta sus peculiaridades. Implica hacer acopio de conocimientos actualizados en psicología, finanzas, tecnología, valores, afectividad, sexualidad y más. Implica programas apropiados para las sucesivas etapa de la vida: adolescentes, jóvenes que emprenden la aventura de la vida matrimonial, esposos, padres nuevos y experimentados, abuelos. Unos formando a otros; familias acompañando familias, como solían hacer nuestros abuelos. Es el campo fértil en el cual las iglesias y otras organizaciones sociales deben protagonizar. Aquí pueden y deben labrar con sus poderosas piochas y azadones, con tono alegre y lleno de esperanza. Como dijo George Bernard Shaw: “Una familia feliz no es más que un anticipo del Cielo.”
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día miércoles 29 de septiembre 2010.

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