martes, 14 de septiembre de 2010

El futuro religioso del hombre (VI)


Para Bultmann, tales “mitos” de antaño son óbices para la fe del hombre de hogaño…

Armando de la Torre

Considero errada la perspectiva de Rudolf Bultmann porque parto de la convicción de que dioses, mitos y sus cultos respectivos se han probado, una y otra vez, más consonantes con nuestra condición humana, incluida la de hoy, que el espiritualismo que entraña cualquiera de las manifestaciones históricas del monoteísmo judeocristiano.

Lo pretendo como un mentís a Tertuliano, para quien el alma era “naturalmente” cristiana.
Las “ideologías”, por su parte, supuestamente ateas militantes, y que arrasaron con buena parte de la humanidad durante los siglos XIX y XX (el nacionalismo, el socialismo, el fascismo, y hasta el anarquismo de su última versión, la randiana), han girado en torno a dogmas “infalseables” y, por lo tanto, nótese bien, ni religiosos ni científicos.

Y han abundado en ellas los cultos desenfrenados “a la personalidad”, aún a las de los más brutales y entonces todavía vivos (a las de Marat, Napoleón, Lenin, Stalin, Hitler, Musolini, Mao, Pol Pot, Perón, Castro, o al “Atlas” presuntamente empresarial, seguidos de un larguísimo etcétera).

El mérito de hipótesis como la de Bultmann está en que nos obliga a redirigir nuestra atención hacia lo que él llamó “die eigentliche Absicht”, la “intención intrínseca o genuina” de lo revelado en la Biblia y en la tradición.

Sobre el futuro de tal “intención” versan estas notas.

Uno de los principales supuestos “mitológicos” del judeocristianismo, según el mismo autor, sería la lucha incesante entre los señores del “cielo” y del “inframundo” por la posesión definitiva de las almas de los hombres.

Podría decirse que semejante guerra sobrehumana tuvo su origen, al parecer, meramente en la imaginación ética de Zoroastro (o Zaratustra), mucho antes de Cristo. De acuerdo al cual la realidad fluye de dos principios metafísicos, personalizados desde toda la eternidad, más allá del “tiempo” y del “espacio” (que, por el contrario, tienen un “comienzo” y un “fin”): Arimán, el “Mal”, y Ahura Mazda, el “Bien”, quienes hacen de las conciencias individuales de los hombres su principal campo de batalla.

Pero la crítica histórica ha aceptado que tal dicotomía moral fue incorporada evolutivamente al Antiguo Testamento por sus autores “con la asistencia de Dios”. No menos que aquellas otras parábolas del Génesis sobre un paraíso, un primer hombre y una primera mujer, un pecado original, un justo, Abel, asesinado por su resentido hermano, Caín; un diluvio, al que sobrevivió por voluntad divina un personaje con los rasgos de Noé, un acto heroico de obediencia en el gesto de Abraham, “el Padre de todos los creyentes”; la exterminación punitiva de los inicuos de Sodoma y Gomorra, o el premio en esta tierra a la rectitud “según el corazón de Dios” en la literatura posterior (llamada por ello “sapiencial”) a propósito de figuras como las de Job, José, David y los profetas… Todo ello, a su turno, prenuncio de las bienaventuranzas del Sermón del Monte o de victorias sobre sí mismos, como la del Cristo tentado en el desierto, o la de Pablo hundido en su ansiedad “por todas las iglesias”.

Para Bultmann, tales “mitos” de antaño son óbices para la fe del hombre de hogaño… No, en cambio, esos otros contemporáneos a las que habríamos de “adaptarnos”.

Me inclino a interpretar cada una de estas “mitologías” recientes más bien como otros tantos episodios en esa guerra sin pausa que libran el bien y el mal en cada una de nuestras conciencias, lo que reclama, a su vez, de nosotros, la obligación moral de pensarlas.

De vuelta a aquella, la construcción intelectual paralela de Thomas Kuhn sobre los “paradigmas” a través de los cuales filtramos nuestras certezas, me permito añadir que nos son identificables en cualquiera de las reconstrucciones teóricas de nuestras experiencias, sin que por eso resulten menos comparables entre sí de acuerdo a esa capacidad última nuestra que constituye prueba adicional de la “imagen y semejanza de Dios” en la que fuimos creados.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día domingo 12 de septiembre 2010.

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