miércoles, 14 de julio de 2010

Smith: la simpatía y la benevolencia


Según Smith, las personas debemos considerar el interés propio como una motivación lícita.

Carroll Ríos de Rodríguez

Dentro de tres días se cumplen 220 años desde que falleció Adam Smith, reconocido como el padre de la economía, aunque existieron precursores que abordaron la temática económica, entre ellos los autores asociados con la Escuela de Salamanca. Smith nunca se casó y, antes de morir a los 67 años, encargó a dos amigos su legado académico, pidiéndoles destruir los manuscritos que no fueran dignos de ser publicados.

Sus contemporáneos lo describen como el típico profesor despistado, de mirada y carácter bonachón. Por ejemplo, una vez metió una tostada con mantequilla en la tetera y luego se quejó que era el peor té que había probado. A diferencia de otros autores y artistas, gozó de prestigio en su época. Cuando publicó su tratado sobre la Naturaleza y la Causa de la Riqueza de las Naciones, en 1776, se agotó la primera edición. Sin embargo, su fama devino de su libro de 1759, La Teoría de los Sentimientos Morales. Incluso hubo quienes, tras leer este libro, se transfirieron a la Universidad de Glasgow para recibir clases del maestro.

Con Smith ocurre lo mismo que con otros pensadores influyentes: la posteridad ha sobre-simplificado muchas de sus ideas centrales. Hoy día se cree que Smith abogaba por una especie de desalmado interés propio o individualismo, en parte por su sonada frase según la cual en el mercado, ni el carnicero, ni el cervecero ni el panadero sirven nuestras necesidades por benevolencia. Una superficial lectura de La Teoría de los Sentimientos Morales saca a relucir una visión más sofisticada, y realista, de la naturaleza humana. Aquí, Smith esboza a la persona como un ser eminentemente social. Somos interdependientes; nos interesa el prójimo; sentimos simpatía unos por otros. Tenemos inteligencia y conciencia; juzgamos la moralidad de nuestros actos. Escribe Smith: “Sin importar lo egoísta que supongamos a un hombre, en su naturaleza hay evidentes principios que lo impelen a interesarse por el devenir de los demás y a necesitar la felicidad del otro, aun si de ella no obtiene nada excepto el placer de verlo”.

Según Smith, las personas debemos considerar el interés propio como una motivación lícita. No podríamos vivir si consideráramos despreciables nuestros afectos, que a su vez dictan nuestra conducta. “El hombre tiene casi constante ocasión de requerir la ayuda de los demás, y es vano para él esperar dicha ayuda sólo por su benevolencia”. Jamás dice que la benevolencia o caridad no sea ni deba ser motivo para el servicio mutuo. Su discernimiento es sutil: aun si las personas no nos desean el bien, sus actos nos benefician. Él ve en el mercado un juego de suma positiva donde las personas interactúan porque perciben ganancias. Es preferible organizar la vida social para aprovechar este incentivo adicional, y no confiar exclusivamente en la caridad.

Es probable que Adam Smith y otros pensadores clásico liberales den por sentada la operatividad de normas morales, objetivas y compartidas, para el buen funcionamiento del mercado y de otras instituciones sociales.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día miercoles 14 de julio 2010.

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