viernes, 9 de julio de 2010

El Presidente crispado

A Colom ha dejado de interesarle proteger la libertad de expresión de las arremetidas gubernamentales.

Karen Cancinos

Ahora que todos hablan de Alfonso Portillo otra vez, recuerdo cuando hace casi siete años las calles de la ciudad se llenaron de aristidescrespos, zurys y haroldosquejs, todos ellos bien armados de palos y debidamente cubiertas las caras, aunque a un diputadito no le dio el coco ni para eso, y su desagradable pinta de terrorista tropical salió en televisión nacional hablando por celular.

Luego de ese triste episodio que costó la vida a un periodista, el mito de “El General” se esfumó. Asumió entonces la presidencia un hombre bonachón, Óscar Berger. Ahora sí, nos felicitamos los guatemaltecos, logramos deshacernos del esperpento autoritario de Ríos Montt y su estela de oportunistas corruptos. Pero ¡ay!, el mandatario que hablaba como abuelito tenía muy pocas luces, y al finalizar sus cuatro años de gestión, con esa incorregible visión romántica que tenemos de la política, decidimos que nos iría mejor sentando en la poltrona presidencial a otro hombre bueno, pero más listo.

Fue así como un señor de cara tristona, asténico como don Quijote y en apariencia tan idealista como él, se convirtió en Presidente, tras una década de estar pidiéndolo. Pero hoy, transcurrida más de la mitad de su mandato, hemos comprobado, más de una vez, que de inteligencia serena y personalidad conciliadora, nada. Álvaro Colom ha sacado el cobre: lo que mostraba ayer Siglo Veintiuno era el rostro furioso y desencajado del hombre a quien corresponde el deshonor de iniciar en nuestro país una depauperación social que podría ser irreversible, caso de darse la continuidad del oficialismo actual.

Es comprensible que la libertad de expresión sea para los políticos, de aquí y de todas partes, lo que manojo de ajos para las huestes de Drácula. Intentar controlar todos los goznes de una sociedad es una tentación a la que no se escapa ninguno de ellos, y no por ruindad: tal es la condición humana cuando se tiene poder, más cuando éste es mucho. Por eso a los políticos inteligentes y honestos —que los hay, incluso en Guatemala— les importa cuidarse de intentar someter la libertad de expresión al criterio del poder de turno, sectario por definición.

Pero a Colom ha dejado de interesarle. ¿Por qué habría de molestarse en mantener una imagen de prudencia y moderación, cuando ya consiguió su objetivo? Desfallecía porque le dijeran “Presidente”, lo logró y ahora, pues nada, a disfrutar de las mieles mientras se pueda, que con año y medio por delante es poco lo que le queda. Sin embargo, no es inteligente seguir con esa pose peleona que últimamente se ha echado, puesto que no le hace ningún favor al continuismo de su partido. Según dicen, su mujer quiere sucederle. Cristina lo hizo, yo también quiero, ha de jalonear al pobre, como si éste no tuviera ya suficiente con el avispero de “asesores” que lo “defienden” de los dardos que lanzamos “los malos” que criticamos la gestión gubernamental. No me ayuden compadres debería ordenarles, tal vez así alcanzaría un poco de paz y de paso —qué paradoja— ayudaría a las pretensiones de su cónyuge.

Porque de mantener la tónica de gallito de pelea frente a la prensa, lo único que conseguirá será que se cierren filas ante lo que se percibe, con razón, como una arremetida de su gobierno a los jirones de institucionalidad que aún quedan.
Artículo publicado en el diario guatemalateco "Siglo XXI", el día viernes 09 de julio 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario