viernes, 23 de julio de 2010

Nosotras las locas

Es posible que Ileana Alamilla tenga razón al llamarnos así a las amas de casa.

Karen Cancinos

No sé a usted, lectora —en esta ocasión me dirijo a las mujeres que pasan los ojos en estas líneas cada semana, cosa que aprecio mucho—, pero a mí las despotricadas feministoides con que nos obsequian casi cada semana en la prensa nacional no dejan de sorprenderme, por vacuas y groseras.

Para muestra un botón: este lunes leí en un matutino la pieza de la columnista Ileana Alamilla. Se refería a un documento de la Cepal sobre, dice ella, “la situación desfavorable en la que se encuentra la población femenina”. Poco seria la generalización. Ni duda cabe, concedo, que hay personas, mujeres ciertamente, pero también hombres, y muchos, que se encuentran en lo que Alamilla llama situación desfavorable.

Pregúntenle si no a las familias de los asesinados solo durante esta semana y cuyas heridas nuestro flamante mandatario ha restregado con sal al afirmar que —¡ah, grandioso descubrimiento!— detrás de los ataques con granadas y disparos a buses está un “jefe” que no es tal pues reporta a otro “jefe” más grande. Si en las palabras de Colom no subyaciese un gran charco de sangre de gente inocente, me desternillaría de risa ante sus cantinflescas declaraciones.

Disculpe, lectora, la digresión. Volvamos al pretencioso análisis de Alamilla. El documento que tanto le gustó, a juzgar por su columna, se llama “¿Qué Estado, para qué igualdad?” La miscelánea habitual de la Cepal en torno a estos temas, ya sabe usted: no es posible que alcancemos la igualdad laboral mientras no resolvamos el asuntillo del cuidado del hogar y los nuestros.

Pero ¿quién quiere “igualdad laboral”? Con perdón de los señores, las mujeres somos más listas, y por regla general no queremos recorrer la escala corporativa hacia la oficina de esquina, asistente y secretaria, asiento en la JD y sueldo mensual de cinco cifras… a cambio de nuestra salud, nuestro matrimonio, nuestros hijos y nuestro tiempo libre. En otras palabras, no desfallecemos por matarnos trabajando como sí tienden a hacerlo los hombres, quienes cifran su identidad y su sentido de valía en sus logros profesionales.

Escribe Alamilla: “Estudios han demostrado que son las mujeres las que dedican la mayor parte de su tiempo al trabajo no remunerado, entiéndase los variados y alienantes quehaceres domésticos, la atención y educación de los niños (as), la resolución de la logística, el cuidado de familiares enfermos, etcétera”. Todo lo que consigna no necesita ser validado por “estudios”. Es evidente. Pero no son sus ínfulas académicas lo que me molesta, sino el insulto a sus compatriotas amas de casa. Me parece que Alamilla es arrogante e injusta al llamarnos locas a quienes nos ocupamos de nuestro hogar, trabajemos o no fuera de él (ese es el sentido de alienación: privado de juicio).

Aunque quizá la columnista no esté errada del todo. Es posible que haya que estar chiflada para, en un mundo como el actual, defender el hecho de que las mujeres somos insustituibles en la formación de chiquitos y el cuidado de mayores. Porque las sociedades actuales están plegadas a la basura políticamente correcta, cuyo vómito propagandístico más socorrido es la “idea” de que hombres y mujeres somos perfectamente intercambiables.

Así las cosas, estoy loca de remate. ¿Quién se apunta conmigo en esta cofradía de oro?

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo xxi", el día viernes 23 de julio de 2010.

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