viernes, 5 de noviembre de 2010

¡No a las cuotas políticas para mujeres!

Es verdad que las mujeres enriquecen los ámbitos en los que incursionan. El problema está en pretender forzar su participación.


Karen Cancinos

Cito a una reconocida periodista: “Las agencias de ayuda internacional… …han impulsado políticas para establecer cuotas políticas en unos 100 países con el fin de obligar a que las mujeres lleguen al poder” (El fin de los hombres [I parte], Sylvia Gereda, elPeriódico, 9 de septiembre 2010).

Esto compendia una idea que desde hace algunos años ha tomado calado: más mujeres, mejor política.

¿Será así? Es probable. Como también es probable que a más mujeres, mejor ejercicio de la medicina, del derecho, de la ingeniería, etcétera. No cuestiono la idea de que las mujeres enriquecen los ámbitos en los que incursionan, pues eso resulta evidente. El problema está, me parece, en el planteamiento de forzar su participación, en este caso en la política.

La pereza mental es un mal de nuestro tiempo. Y a eso se debe que se repita una y otra vez que la “discriminación” es la causa del hecho de que en el Congreso, por ejemplo, haya 18 mujeres y no 50 o 90. Se pregona, irreflexivamente, que en todas las áreas de actividad humana —política incluida— hombres y mujeres irían por mitad, de no ser porque los primeros han excluido a las segundas.

Ni duda cabe de que tanto hombres como mujeres tienen las mismas capacidades potenciales. Potenciales. Porque capacidades desarrolladas es harina de otro costal. Y resulta que la mayoría de las mujeres no tienen interéspor desarrollar ciertas capacidades ni asumir ciertas disposiciones. Las que requiere el ejercicio político, por ejemplo. Mencionemos tan solo una: andar en campaña durante meses, doce o catorce horas al día, seis o siete días a la semana, y ya en un cargo público, igual.

Resulta que los seres humanos tienden a tomar las mejores decisiones para sí. Por eso las mujeres suelen desarrollar las capacidades que mejor sirven sus intereses y circunstancias. Cuando permanecen solteras, su desempeño laboral y su paga son similares (si es que no mejores) a los de hombres con la misma educación y destrezas. La cosa cambia, sin embargo, si se casan y tienen hijos. Porque de esas decisiones personales se derivan otras profesionales: ¿Retirarse unos años para criar hijos? ¿O no retirarse, pero aminorar el ritmo de trabajo? ¿O no disminuir la dinámica profesional pero, a cambio, arriesgar la estabilidad familiar y la propia salud?

Es lógico entonces que las mujeres opten preferentemente por carreras, oficios y actividades que soporten retiros temporales por maternidad, o puestos de medio tiempo. Así que no resulta sorprendente el dato de 18 diputadas de 158, de la misma manera que a nadie pasma el hecho de que la mayoría de profesores de preprimaria son mujeres.

Es absurdo promover legislación que arremete contra las tendencias del actuar humano. Las mujeres casadas usualmente priorizan sus matrimonios, sus hogares y la crianza de sus hijos por sobre sus carreras, y por ello están dispuestas a interrumpirlas, a reducir el número de horas que le dedican a su ejercicio, a renunciar a trabajos absorbentes, y a especializarse en ámbitos de conocimiento y actividad distintos.

A los miembros de grupos de presión les disgustan estos datos. Pero se da el caso de que los hechos de la vida son resultado de las actitudes cotidianas de la gente, no de las declaraciones de burócratas de agencias internacionales, activistas políticos o feministoides.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI"el día viernes 5

noviembre de 2010.



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