lunes, 15 de noviembre de 2010

El futuro religioso del hombre (XV)


Me permito sugerir una quinta dimensión, que podría resultarnos obvia e inmediata: la de la consciencia.

Armando de la Torre

El universo, tal como se le concibe científicamente hoy, parece ser un todo hermético, conformado por dos elipses gigantescas de energía electromagnética que se integran a la manera de la caparazón de una concha. Eso han concluido muchos, desde el supuesto de que nos rigen “leyes” naturales que no admiten excepciones.

Por otra parte, las geometrías no – euclidianas, a la base de las proyecciones contemporáneas, hacen suponer una expansión acelerada en forma convexa o una eventual contracción en líneas cóncavas. En todo caso, nuestro cosmos está condenado a su fin.

Tal especulación a partir del hermetismo excluiría la posibilidad de milagros o de intervenciones “sobrenaturales” desde fuera.

Pero hasta aquí se habla de un universo de cuatro dimensiones, las tres del espacio y la del tiempo (Einstein).

Yo me permito sugerir la existencia de una quinta, que podría resultarnos obvia e inmediata: la de la consciencia, la sola dimensión abierta a lo proveniente del más allá del tiempo y del espacio. La que nos constituye en mentes ancladas en la materia espacio temporal y que, por tanto, la puede trascender.

Somos los humanos vehícu-los para esa quinta dimensión que nos posibilita cualquier relación consciente con nuestro Creador.

Lo que llamamos revelación judeo cristiana nos ha penetrado exclusivamente a través de la consciencia. No cuenta con términos físicos ni matematizables, ni siquiera biológicos o químicos. Un mero contacto entre consciencias – “entre un yo y un Tú” – inteligente, y que motiva a la conducta humana, sin intento de descifrar lo que equívocamente hemos dado en llamar “leyes” de la naturaleza.

Por eso mismo, el lenguaje bíblico es figurado, poesía repleta de metáforas y alegorías, que más “sugieren” que “declaran”. De ahí la difícil hermenéutica de los textos sagrados, que llegan a constituir, en ocasiones, un lenguaje escueto de mandamientos, no de explicaciones.
Intercambio que se hace realidad a través de esa quinta dimensión, la consciencia.

También somos los únicos en saber que hemos de morir. Si hay seres, en otras galaxias, que sean igualmente conscientes de su temporalidad, todavía no se nos han dado de ellos ni vestigios.

Los únicos, por tanto, en saber que sabemos, que podemos imaginar opciones diversas, aun escoger contra los apremios de nuestros instintos y reflejos más arraigados. Somos los escapados del “aquí” y del “ahora” hacia lo ilimitado y lo eterno. Se nos llama en cuanto “especie” Cro-magnon, no en cuanto género primate, pues nos tornamos los señeros al hacer historia, al cambiar de cultura, al hacernos día a día a puras vivencias de libertad.

Somos el homo habilis, capaz de responsabilizarse por las consecuencias, aun las más remotas, de nuestras decisiones.

Nuestra insignificancia corpórea sirve, a pesar de todo, de punto de apoyo para tal trascendencia espiritual, siempre inesperada, siempre inaudita. También hasta para su rechazo o su negación.

Esa “quinta” dimensión es paradójica: muerte que lleva a la vida, dolor que se nos vuelve felicidad plena, tiempo que desemboca en lo eterno, guerra que nos da la paz… Quizás lo que se nos hace más difícil en esa invitación es colaborar casi a ciegas con tanto incomprensible porque, como lo pensó San Agustín, “quien te creo sin ti no se salvará sin ti”. La última versión del mandato “comerás tu pan del sudor de tu frente”…

Lo mismo que acarrear con la cruz, de aportar a la re-creación de todo lo creado, el “ora y labora” de los benedictinos, la vocación a cada cual, según Calvino, a completar con nuestros esfuerzos la Creación.

Puede ser que las generaciones venideras tengan una “consciencia” más clara de todo esto mientras surquen los espacios estelares. Pero el puerto de atraque de tantas romerías coincidirá con el mismo hacia el que nos encaminamos desde Abraham y los profetas de Israel, por el flujo de la sangre redentora de Jesús de Nazaret, Alfa y Omega de nuestra dimensión dialogante.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día domingo 14 de noviembre 2010.

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