lunes, 18 de octubre de 2010

Va el futuro religioso del hombre (XI)


Equivale a anticiparnos al mundo en el que ellas habrán de hacer historia. La religión y el cristianismo han sido la fuente principal de los juicios.

Armando de la Torre


Preguntarnos por el futuro religioso del hombre es parte de nuestra obligación natural de ayudar con nuestras experiencias y reflexiones, aun después de muertos, a las generaciones por venir.

Equivale a anticiparnos al mundo en el que ellas habrán de hacer historia. La religión en general, y el cristianismo muy en particular, han sido la fuente principal de los juicios llamados de valor, sobre todo, los éticos o morales, y jamás se les ha encontrado alternativas que les sean comparables a pesar de numerosos ensayos por parte de conductistas y deterministas de toda laya.

En el Occidente se ha prolongado desde el siglo XVIII un encendido debate filosófico sobre el status epistemológico de tales juicios. Algunos han llegado a negarles realidad objetiva alguna a los criterios por los que decidimos de lo bueno o de lo malo, de lo bello o de lo feo, de lo útil o de lo inútil, porque, arguyen, tales formulaciones responden a percepciones enteramente subjetivas y, por lo tanto, infalseables. Aquellos otros juicios, en cambio, que declaran o describen “hechos” comprobables por cualquiera, o enuncian relaciones abstractas entre ideas (como en la lógica y las matemáticas) y cuyas verdades no pueden ser contradichas, esos sí son universalmente válidos.

Sostengo lo contrario: que todas las cadenas de razonamientos lógicos-matemáticos a partir de hechos precisamente no tienen otra meta última que el que podamos arribar mediante ellos a mejores juicios de valor.

El cristianismo ha sido instrumental para que a tales juicios podamos, encima, añadirles una dimensión trascendente. No matar, por ejemplo, o no robar, no mentir, u honrar padre y madre, no sólo nos han sido imprescindibles para la pacífica convivencia civilizada, sino también para nuestra ulterior reconciliación filial con el Padre que ha querido revelarnos esa filiación.

A esto se le ha calificado, con razón, el proceso de interiorización de la ética, pues lejos de haberse detenido esta especialidad académica en los juicios de valor sobre lo moralmente aceptable o inaceptable, desde una perspectiva meramente prudencial (como entre los griegos clásicos), o utilitaria (los modernos), dado que sólo se juzgan relevantes las consecuencias o efectos visibles de nuestros actos libres, se les asigna, en cambio, el peso decisivo a nuestras intenciones subjetivas (de cumplir o no con la voluntad divina).

En el vocabulario de Kant, a los primeros se les llama de moral hipotética, y a los segundos de moral categórica.

La más simple introspección nos enseña que un mandato o una prohibición categóricos nos motivan con más eficacia que el mismo contenido envuelto en un ropaje “prudencial” o “utilitario”.

Por eso al relativismo axiológico de nuestros días no le veo futuro.

La siguiente pregunta clave sería al servicio de cuál absoluto, entonces, se apoyará el entramado de nuestros juicios de valor éticos en esta, la ya incoada, “era espacial”.

Apostaría a que tal “absoluto” habrá de incluir necesariamente la vida, y de ella enlazar con su Autor. Porque es ella el “escenario” de todo el gran teatro del mundo en el que fungimos por turnos de personajes a veces importantes, otras secundarios.

Ni tampoco la creo racionalmente reducible a una presunta “ley” eterna (!) de expansiones y contracciones sucesivas —por lapsos de miles de millones de años cada una— de la materia del entero Universo, mucho menos a la supervivencia evolutiva de los más aptos.

Tampoco veo rastro alguno de automatismo biológico que explique un salto al azar de lo inerte a lo “consciente”, alrededor del cual giremos los dotados de conocimiento. Menos aún una “conciencia” moral o ética si nos significaría obligaciones incondicionales.

El misterio persiste, más hondo, más ancho.

Mientras nos vemos bajo el apremio, en palabras de Protágoras, de juzgar de todo porque somos la única “medida de todas las cosas”.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día domingo 17 de octubre 2010.

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