viernes, 22 de octubre de 2010

Cinco millones anuales para cada diputado


¿Por qué no? Baratos nos saldrían.

Karen Cancinos


Alguna vez leí una anécdota de Dolly Parton, una cantante country, que encontré muy graciosa. Dicen que le espetó a su público en un concierto: “Gracias por venir a verme hoy, porque necesito el dinero. Ustedes no saben lo caro que cuesta lucir tan barata”.

No estoy de acuerdo con esa apreciación que la Parton hacía de sí misma: lucía como una cantante folklórica estadounidense de los años ochenta, no como una mujerzuela. Pero el punto de este texto no es el arreglo de una artista tal o cual, sino eso de la baratura de cierta gente, que en realidad sale carísima. Démosles, por ejemplo, un vistazo a los políticos locales.

Por mí, deberíamos tener diputados de a cinco millones de sueldo anual. No porque lo merezcan, sino porque los ciudadanos merecemos más que esa piara instalada en el edificio de la novena avenida. La mayoría de ellos no lograrían jamás en sus mediocres existencias, ni el ingreso ni la notoriedad que obtienen sentándose en una curul por cuatro años. Por eso se aferran con tanto furor al escaño: sus escarceos para garantizarse la reelección —transfuguismo, corrupción, transas, servilismo con el poder ejecutivo de turno, maniobras de tráfico de influencias— no conocen límite… y salen carísimos, y lo peor es que la factura va a cargo nuestro.

Pero es perfectamente lógico que esto suceda, dada la estructura político electoral de incentivos que atrae a los peores y repele a los mejores. No hablo en sentido antropológico ni teológico: todas las personas, por el hecho de serlo, tenemos la misma dignidad y derechos. Cuando escribo “los peores” me refiero a aquéllos que no pueden acreditar logro alguno, como no sea activismo oportunista o un tipo de conveniente vínculo con algún mandamás.

A alguien que no tiene nada qué perder porque nunca hecho gran cosa, una diputación le parece el non plus ultra. Y si para conseguirla (o conservarla) debe convertirse en un arrastrado de otro del mismo jaez pero con más poder, pues repta hasta que el espinazo se le convierta en gelatina.

Pero alguien que ha construido algo en la vida con mucho esfuerzo, cosa que requiere todo aquello que vale la pena: una carrera sólida, una empresa cimentada, una familia funcional y estable, una reputación profesional y personal intachable, etcétera, no está dispuesto a poner todo en riesgo por cuatro años de sueldito de 30 mil mensuales y una tropa lamentable de compañeros a cuales más vulgares y tontitos. Siempre hay alguien, concedo, que decide regalar a la patria algunos de sus mejores años sirviendo uno o dos periodos en el Congreso. Pero la mayoría no lo hace: el estímulo no es suficiente.

Pero con cinco millones anuales de sueldo, por mencionar una cifra, es posible que el incentivo crezca para que gente más capaz se sienta atraída por desempeñarse en el Congreso durante un periodo o dos. Hasta ahí. Porque hay que evitar que haya “políticos de carrera”. Esos son los más baratos moralmente, y los más caros materialmente. Son miles de millones lo que nos cuestan sus ineptitudes, sus contubernios con indeseables y sus arrastradas patéticas ante los caudillos de turno, periodo tras periodo tras periodo.

De manera que basta ya de quejarnos de la lacra del Legislativo: es hora de ponernos a pensar cómo cambiar la estructura de incentivos que la favorece, al tiempo que ahuyenta a la excelencia.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día viernes 22 de octubre 2010.

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