martes, 5 de octubre de 2010

Retos del “Catoli-Cismo” Romano


Tiene la Iglesia Católica Romana un reto conciliador, pero uno que nazca de su seno y que irradie esperanza.

Estuardo Zapeta

Ya es una minoría, la más grande, pero minoría al final, y decreciendo. La Iglesia que antes con su rugir hacía temblar a reyes y príncipes, tiene hoy entre sus compromisos en Guatemala sanear su alma, no sólo de los escándalos internacionales, sino también curarse de aquellos que hicieron de ella un vehículo político y se esconden cual viles y crueles césares debajo de la sotana y atrás del púlpito. El hades político no solo tocó a su puerta, sino que la derribó. Pero hay salvación, siempre hay.

El anuncio de un nuevo Arzobispo, dada la renuncia por edad del actual, no deja de lanzar esa esperanza de cambio en la otrora dominante Iglesia Católica Romana, convertida hoy en un espacio que a veces se antoja político, a veces ecologista, a veces combativo, a veces, y por qué no decirlo, secular posmoderno.

El cisma chapín, si es que lo hubo, dividió a esta tradición (y eso que contuvieron sabiamente el segundo movimiento cismático), y la competencia férrea que con velocidad y tácticas precisas lanzó el protestantismo anglosajón, dejó al Catolicismo Romano guatemalteco diezmado, a la vez que lo obligó a repensar su esencia. (Ni pensar la herida sangrante que dejó hace décadas la horda de sacerdotes revolucionarios, teólogos liberales, que cambiaron a Cristo por San Marx, y en lugar de alzar la hostia empuñaron las armas preguntando: ¿Cristo al servicio de quién?, como preguntaba Jaime Obrero, y cual cántico de misa campesina respondían “al servicio de unos pocos, sabiendo que él es del pueblo.” Ah, años esos de la “opción por los pobres”, de “el clamor por la tierra,” y los “éxodos revolucionarios” que tristes escuchaban la lluvia en las “casas de cartón.”)

Pero los tiempos han cambiado, y las Pedagogías de los oprimidos, o las resistencias de un pueblo-manada-masa, han mutado. Hoy ya sobrepasamos la era de la información para elevarnos a la era del diálogo. No puede, por lo tanto, ni ésta ni ninguna Iglesia esconder sus pecados, o meter sus esqueletos al clóset; no puede tampoco negar sus errores, sino sacarlos, pedir perdón y cambiar de rumbo.

Y es por eso que el cambio, no por quién se va, sino por quién viene, es positivo. Uno, porque muestra una preocupación estratégica y legítima por los jóvenes; dos, porque sale del politiquerismo anticristiano a la cual el presunto liderazgo la había zambullido; tres, porque las ovejas buscando “delicados pastos” lo único que encontraban eran amargas y venenosas arengas que resonaban en valles de sombra y de muerte; cuatro, porque es urgente un “reavivamiento” en las alicaídas vocaciones; cinco, porque un regreso a la espiritualidad no le vendría mal acompañado de un arrepentimiento por su culpa, por su culpa y sólo por su culpa, y seis (el número del hombre) porque el Sanedrín está envejeciendo y deberá pronto renovarse (aludo aquí al papel que podría jugar la poderosa renovación carismática).

Tiene la Iglesia Católica Romana (diferencio del enorme y creciente movimiento católico apostólico, con el cual urge también una reconciliación post-cismática, y post-traumática) un reto conciliador, pero uno que nazca de su seno y que irradie esperanza.

Mientras eso llega, es Guatemala donde la Iglesia Católica Romana está obligada a reajustarse a una coexistencia de minoría en competencia, y ojalá (“quiera Alá”) no le pase lo de la higuera.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día martes 05 de octubre 2010.

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