miércoles, 6 de octubre de 2010

Salvando al rico Epulón

Es probable que el Estado benefactor acentúe la irresponsabilidad de los Epulones haciendo poco por salvarlos.

Carroll Ríos de Rodríguez

Jesús narró a los fariseos la parábola de Epulón y Lázaro. Lázaro sufrió pobreza y hambre en este mundo y fue recibido en el seno de Abraham, mientras que Epulón, poseedor de bienes materiales, terminó en el infierno.

Algunos pensarán que no se hubiera condenado el rico Epulón si hubiera vivido en un moderno Estado Benefactor regido por la corrección política. Hoy día, Epulón hubiera tenido que pagar al gobierno cuantiosos impuestos y enfrentar mil obstáculos regulatorios para hacer negocios. Ya no le sería posible vestir de púrpura y banquetear a diario; el gobierno hubiera templado, a la fuerza, su consumismo. Lázaro, por su parte, sería un dependiente más de los programas sociales del gobierno, recibiendo de éstos las migajas que no pescó de la mesa de Epulón.

¿Tendría Jesús en mente una redistribución coercitiva? No lo creo, sobre todo porque la Iglesia nos propone una lectura conjunta con el libro de Job. Job sufre, no por los terribles males que le acaecen, sino de pensar que éstos pudieran ser consecuencia de una ofensa a Dios. Antes solían pensar que Dios castigaba mandándonos penas terrenales, pero tanto Lázaro como Job fueron hombres generalmente buenos, al margen de su condición económica temporal. Es decir que todos podemos ser prósperos o padecer en esta vida; nuestras riquezas no determinan nuestra salvación o condena.

¿Por qué Epulón fue a dar al infierno? El pasaje no lo acusa de tratar mal a sus empleados, colaboradores o familiares. Es muy probable que haya compartido sus bienes con ciertos amigos y parientes. No dice que la mera abundancia constituya delito imperdonable, ni que sus riquezas fueran mal habidas, como sí se intuye de los publicanos San Mateo y Zaqueo, colectores de impuestos para los romanos. La Biblia condena el robo, pero no el trabajo fructífero: todo lo contrario, nos exhorta a hacer rendir nuestros talentos, a trabajar con excelencia y tenacidad.

Epulón se condenó porque no tuvo ojos ni corazón para alguien que sufría a su lado: por su falta de amor. Como bellamente lo pone San Juan de la Cruz, “al atardecer te examinarán en el Amor”. S.S. Benedicto XVI ha redactado volúmenes sobre la caridad y la donación. El cristiano ha de darse a los demás, por amor a Dios-Amor y al prójimo. La persona es quien libremente obra en caridad, poniendo en práctica virtudes, teniendo en cuenta la necesidad específica del otro y respetando la frágil dignidad humana. En términos económicos, según esta concepción, el amor es un bien libre (abundante y gratuito) y la caridad es un juego de suma positiva. Para gozar de las mismas cualidades, la caridad colectiva o grupal tendría que equipararse a la caridad personal, siendo voluntaria, eficaz y constructiva. Despojar a unos a la fuerza para darle a otros tiende a vulnerar dignidades sin corregir defectos como el hedonismo o el apego desmedido a lo material. Es muy probable que el Estado benefactor acentúe la irresponsabilidad e insensibilidad de los Epulones y los Lázaros, haciendo poco por salvarlos.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día miércoles 06 de octubre 2010.

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