viernes, 20 de abril de 2012

Maltratadores de elefantes y de perritos


Karen Cancinos

Es evidente que cazar elefantes y maltratar perros no hace a nadie mejor persona. Es hora de que nos hagamos algunas preguntas al respecto.

“Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”, tuvo que decir el rey Juan Carlos de España, a raíz de las críticas que le llovieron por andar cazando elefantes en Botsuana. Vaya usted a saber si lo que siente es haberse roto la cadera, que hayan trascendido sus desmanes a la prensa, o ambas cosas. Tampoco aclaró si considera una equivocación haberse escapado en un “desplazamiento privado” con una amiguita suya, mientras la Kirchner de Argentina se abalanzaba sobre el 51% de las acciones de una petrolera española, desatando así una tormenta internacional.

El Borbón no dijo qué es lo que no volverá a ocurrir, pero espero que se haya referido a que no se engarzará de nuevo en matanzas de animales, actividad grotesca y violenta de la que parecen gustar mucho algunos ricachones europeos y que, en el caso de este señorcito, es costeada por sus súbditos. Me alegra tanto no ser súbdita de nadie. Prefiero ser conciudadana de Gloria Torres y sus hijas que tener que llamarle “alteza real” a alguien con las mismas miserias morales que cualquiera. Pero mi reflexión no va por la línea de si la monarquía tiene en España los días contados, sino por el lado del trato dispensado a los animales, aquí y en todas partes.

Pienso que el que un monarca decadente ande matando paquidermos por placer en África es tan malo como el que gente sin consciencia en Guatemala haya promovido en los últimos años una lamentable “industria”: la cría de perros para la venta. Asómese usted un sábado en las horas del mediodía al sector de Mariscal que encamina hacia San Cristóbal, y verá gran cantidad de asustados cachorros en canastos. Quienes los ofrecen no son padres de familia descuidados, que no esterilizaron a su mascota y ahora se ven con crías de perro con las que no se pueden quedar. Observe a la gente que vende animalitos y se dará cuenta de que la mayor parte de ellos se dedican precisamente a eso. Como si hubiese suficientes buenos hogares para acoger a tanto perro: si en nuestro país hay niños abandonados, maltratados y desnutridos, imagine el panorama cuando se trata de canes.

Ahora bien, si hay quienes se dedican a criar perros (en jaulas sucias y pequeñas) para sacarles camadas y venderlas, es porque hay compradores. Si hay demanda habrá oferta: es un principio económico inexorable. Si está el uno que se hace de un perrito porque no lo ve como un ser vivo sino como un juguete o una cosa, también estará el otro que se lo facilitará porque verá en ello ocasión de ganancia.

Por favor no maldiga a la economía: tiene la misma culpa de este asunto que la meteorología del cambio climático. Tampoco se apresure a señalar a los que viven de enjaular perros y reproducirlos: es cierto que maltratar animales no hace mejor persona a nadie –sea un analfabeta o un rey–, pero también es verdad que a quien primero debe mirar es a usted. ¿Respeta la vida, incluyendo la de aquellos que no razonan pero que sí sienten? ¿Se responsabiliza de los que viven en su casa, mascotas incluidas, y no los abandona cuando dejan de gustarle? O, por el contrario, ¿promueve, con sus escogencias de compra, el surgimiento de industrias que implican sufrimiento para otros? Ojalá que pueda responder a esto último con un rotundo no.

Artículo publicado en el diario guatemalteco Siglo 21, el día viernes 20 de abril 2012.

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