martes, 10 de abril de 2012

De clérigos en política


POR PEDRO TRUJILLO

Coincidiendo con el arribo de la manifestación “indígena campesina y popular”, escuché unas preocupantes declaraciones televisivas del peculiar obispo Ramazzini. El sacerdote admitía no aceptar el valor absoluto de la propiedad privada ya que aquella debía estar subordinada a un fin social superior que es —continuaba— lo que determina la doctrina social de la Iglesia. En “latín vulgar” y comprensible: será la Iglesia —o el que corresponda— quien tome la decisión de respetar —o no— el derecho de propiedad, algo similar, por cierto, a lo que figura en la ley de lugares sagrados que quieren implementar. ¿En qué seminario impartirán esos conceptos jurídicos?

Para aplacar tan refinada conciencia y ser coherente, sugiero al clérigo que desde mañana ponga a disposición de sus feligreses y paisanos —para uso y disfrute— todas las propiedades eclesiásticas de su diócesis —su vivienda incluida—, encontrará cientos de razones históricas para tal devolución en vez de incitar a huestes manipuladas a que expolien a otros. Si en la historia de la humanidad hay quien haya expropiado, usurpado y apropiado tierras, dinero y otros bienes —además de las monarquías— son las iglesias, muchas veces en connivencia con gobiernos inescrupulosos y asesinos, alabados y bendecidos mientras fueron útiles a sus propósitos. Por tanto, el primer acto de constricción debe hacerlo quien tan alegre e irresponsablemente se lanza a proclamar una cruzada contra los “que tienen” olvidándose que la organización a la que pertenece ocupa un lugar de honor en esa particular.

La lectura del relato de los viajes de Thomas Cage a la Nueva España serviría para entender los privilegios de las órdenes religiosas que catequizaron el país a partir del siglo XVI y las ventajas y peculiar forma de vida de los monjes de la época, seguro que con ella el prelado Ramazzini encuentra sobradas razones para repartir propiedades de la actual Iglesia entre los desamparados a los que dice representar. Con tan solo vender un tercio de las pinturas y otros objetos de valor de los templos del país se podría acometer una eficaz lucha contra esa pobreza que manipulan y pregonan para que otros la resuelvan. Desconozco si eso de vender propiedades formará parte de la desautorizada y fracasada doctrina social que tanto daño causó a la Iglesia y que activistas trasnochados —algunos con sotana— siguen observando al igual que sus pares laicos que los apoyan, protegen e impulsan.

Sugiero, como católico —¡de los malos, no como el obispo!— la creación de un movimiento que promueva la venta —o cesión en usufructo— de propiedades, de obras de arte que estarían mejor cuidadas en otros lugares y de bienes y objetos —por no entrar en las inversiones de capital— y suprima innecesarios lujos de las iglesias, con el ánimo de comenzar a dar ejemplo de una intención que por siglos no ha pasado de ser precisamente eso: buena voluntad. Hay que exigir a algunas autoridades eclesiásticas el ejemplo con su conducta y una actuación acorde a la prédica, dejando el boato, las recepciones, la vida acomodada —incluso los hijos ilegítimos— y otros “pecadillos” para los mortales imperfectos.

El comportamiento farisaico que intensamente nos repetían durante el aprendizaje del catecismo, parece haberles calado hondo a algunos. Obispo Ramazzini, de penitencia ¡al rincón a rezar tres padres nuestros y dos avemarías!, quedará perdonado y listo para el próximo bochinche, actividad política partidista o viaje pagado al extranjero por cualquier cooperación de esas que lo sustentan.

Amén, aunque me quede sin indulgencia.

Artículo publicado en el diario guatemalteco Prensa Libre, el día martes 10 de abril 2012.

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