jueves, 18 de agosto de 2011

La seguridad que vale


JORGE JACOBS A.

A riesgo de ser incomprendido, desterrado y hasta linchado por las huestes políticamente correctas, me aventuro a publicar aquí lo que para mí debe ser la ocupación principal de quienquiera sea electo como nuestro mandatario —o sea, mandadero—: la seguridad. Obviamente, decir eso no tiene nada de controversial, lo que sí lo tiene es el cómo: cambie las prioridades, que la número uno sea combatir la criminalidad común y las últimas sean combatir al crimen organizado y al narcotráfico.


Aquí es donde muchos se rasgarán sus pulcras vestiduras, me hostigarán y me condenarán a pasar la eternidad en el quinto infierno.

Pero no hay nada de qué escandalizarse, es puro y simple sentido común. Los recursos siempre serán escasos y, por lo tanto, hay que invertirlos en aquello que pueda dar un mejor rendimiento, considerando siempre el corto, mediano y largo plazos. En el caso de la seguridad, cualquiera con un poco de observación podrá percatarse de que lo que tiene aterrada a la población no es el narco, ocupado en ver cómo lleva su droga a Estados Unidos, sino el asaltante, que lo puede matar en la esquina por un pinche celular, el ladrón que dos veces por semana le roba sus pertenencias en un bus urbano, el marero extorsionador del barrio que ha obligado a muchos a cerrar sus negocios y, en el peor de los casos, a abandonar sus viviendas. En el interior la cosa no es muy diferente, al grado de que en muchas comunidades se han organizado bajo la premisa de “ladrón visto, ladrón linchado”.

No hay que ser un “gran estadista” para entender que los pocos recursos que tenemos se deben invertir en aquello que más nos afecta a todos. Y es en garantizar la seguridad de todos los ciudadanos en lo que se deben invertir los recursos de los tributarios. Al fin y al cabo esa y la impartición de justicia son las razones primordiales por las cuales se organizan los Estados y pagamos impuestos.

¿Y qué pasa con el narcotráfico? Esa es una guerra que no solo no es nuestra sino que quienes, dizque están más interesados en combatirla, en la realidad no lo hacen. En Estados Unidos, el consumo de drogas se ha mantenido relativamente estable desde que se declaró oficialmente la “guerra contra las drogas”, hace 40 años.

Dicen que se acabó el narcotráfico en Colombia, pero no es cierto. Se redujo la violencia derivada del narcotráfico, sí. Se redujo un poco la producción de cocaína, sí. Pero en Colombia todavía se produce casi el 40% de toda la cocaína del mundo.

Otro ejemplo es Afganistán. Allí se produce casi el 70% del opio en el mundo. Cuando lo invadió el Ejército de Estados Unidos, de hecho se incrementó la producción y se ha mantenido estable durante los 10 años que ha estado ese ejército acampado allí. ¿Y entonces?

Uno de los candidatos con más posibilidades me argumentaba que algunos narcos han cometido delitos en nuestro territorio, a lo que le respondí que esos delitos sí hay que perseguirlos y evitarlos, pero combatir el trasiego de drogas es una causa perdida.

La única forma de acabar con el narcotráfico es legalizando las drogas, pero como para que eso pase todavía falta algún tiempo y muchas muertes, nosotros mejor ocupémonos en aquello que está a nuestro alcance y que se puede resolver con solo un poco de decisión y no muchos recursos. Y si eso no les parece suficiente, cuando hayan acabado con la criminalidad común, y solo en ese momento, entonces dedíquense a jugar su guerrita de las drogas.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Prensa Libre", el día jueves 18 de agosto 2011.

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