viernes, 25 de noviembre de 2011

“Spanglish, el nuevo orgullo nacional”


Karen Cancinos

Frase prestada de un colega columnista, que ilustra una de las plagas de la nueva cultura pop.

Tomé la frase de un columnista muy incisivo de aquí de Siglo.21, Juan Pensamiento Velasco. El martes escribió una estupenda pieza sobre un desvarío esnob llamado “Tejido Social Fashion Weekend by Saúl E. Méndez”, que me parece sumamente recomendable. El artículo, claro está, no el ridículo spanglish. Celebré ese texto porque precisamente ese día había reparado en una valla publicitaria de un enorme centro comercial. Aparece una niñita rubia ojiazul, con un fondo de paraje idílico, navideño por supuesto, pero de Vermont o de Oslo, jamás de Guatemala. Crecí en las tierras altas del país, adonde el termómetro puede llegar a marcar hasta 5 bajo 0 en las madrugadas de principios de año, así que sé de diciembres y eneros muy fríos. Sin embargo, nunca usé ropa para inviernos boreales porque en Guatemala no lo son. Nada de abriguitos de piel: no había dinero para eso, y encima no eran necesarios, porque con un buen “capishay” del mismo material con que hacen los ponchos de Momostenango, adiós tiritar.

Sigamos con el horroroso anuncio. No tiene una sola palabra en español. El nombre del centro comercial ya está en inglés, pero como si al mal gusto hubiese que agregar cursilería pretenciosa, le sumaron esta sandez: It’s real. Christmas happens. ¿Es necesario ser tan afectado? ¿En serio amamos nuestro país, cuando nos avergonzamos de usar nuestro idioma materno, sea español, mam o cualquier otro, y recurrimos en cambio al inglés, encima precario? En la casa de mi niñez regábamos pino en la entrada, colgábamos hileras de manzanilla en las paredes y quemábamos “estrellitas”; no hacíamos guerritas de bolas de nieve —¿cuál?— alrededor de un muñeco con bufanda y nariz de zanahoria. Decíamos “Feliz Navidad y próspero Año Nuevo”, no “Felices fiestas”. Mis padres iban al baile de fin de año, no a una New Year’s Party.

El centro de la decoración navideña era “el nacimiento”, no “el árbol”. Aunque sí poníamos uno, era modesto y de elaboración infantil, no una cosa sofisticada para concurso. Tenía luces de colores, de esas que venían en “series” en las que, si se quemaba un foquito, lo hacían diez más. No había apostado en el parque un “árbol Gallo” con sus horrendas luces LED y un símbolo cervecero en la punta. En las calles del pueblo se oía el tututí-cutu de tortugas y pitos, y la gente caminaba de una casa a otra acompañando a la parejita nazarena en su búsqueda de posada: no se aglomeraba a ver desfiles, perdón, parades, en el que el más ignorado es precisamente Aquél que nos regaló la primera Navidad, que no Xmas.

¿Adepta yo de costumbres tradicionales, con gustos pueblerinos y patriota si de rechazar anglicismos se trata? Sí, a mucha honra, y por dos razones. Una, porque pienso que hay que tener un sano orgullo por lo propio, siempre que sea bello y generoso. ¿Y no lo son acaso las tradiciones navideñas guatemaltecas? Yo sostengo que sí. La otra razón es que pienso que no se debe andar por la vida con un léxico de cien palabras en inglés y cincuenta en español. ¿Quién va a pensar con claridad, quién construirá todo lo que hace falta en este querido país, desde “tejido social” hasta carreteras, si no tiene un vocabulario lo suficientemente extenso para, por lo menos, elaborar conceptos y nombrarlos?

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo 21", el día viernes 25 de noviembre 2011.

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