miércoles, 9 de noviembre de 2011

Elecciones en Nicaragua y Guatemala


Carroll Ríos de Rodríguez

¿Ha pensado que hoy podríamos enfrentar protestas de votantes furiosos y condenas de observadores internacionales?

El tiempo de elecciones se presta para críticas y cuestionamientos, muchos serios y válidos. Sin embargo, apreciamos lo que funcionó bien cuando volvemos la vista a las elecciones en Nicaragua, realizadas el mismo 6 de noviembre. ¿Ha pensado que hoy podríamos enfrentar protestas de votantes furiosos y condenas de observadores internacionales? Peor aún, podríamos sentir tristeza al ver mutilado el avance hacia una sociedad abierta y libre.

Oficialmente, Daniel Ortega fue reelecto para un tercer período con 63% del voto, aunque consternados observadores independientes señalaron una larga lista de anomalías antes de y durante la elección. Calificaron las elecciones del vecino país como “bochornosas y fraudulentas”, “una farsa”, “no creíbles ni justas”, y más. El principal candidato opositor, Fabio Gadea, entre otros, desconoció los resultados.

Todo empezó con la ilegal inscripción de la candidatura de Daniel Ortega. Como en Guatemala y Honduras, la Constitución de Nicaragua prohíbe la reelección con rotunda claridad. En el caso de Ortega, dos veces: por ser el actual presidente, y porque ya ocupó el cargo en dos oportunidades. Ortega no logró reformar la Constitución convocando una asamblea constituyente, pero sí que la Corte Suprema de Justicia, poblada por magistrados de su partido, dictó la “inconstitucionalidad” de la Constitución. Por si fuera poco, con sus términos ya vencidos, los integrantes del Consejo Supremo Electoral fueron los mismos que dirigieron las elecciones municipales del 2008, cuando también se produjo fraude masivo, mundialmente condenado.

Opina Carlos F. Chamorro: “Contrario a lo ocurrido en Guatemala,…en Nicaragua los poderes del Estado están sometidos al control partidario y carecen de la más mínima autonomía. En consecuencia, se alinearon para ejecutar las órdenes de Ortega, a pesar del enorme costo político que implicó para la credibilidad del Estado la inscripción de su candidatura”.

El proceder de Ortega confirma por qué los centroamericanos tememos la reelección. Permitirla alargaría la visión típicamente miope de los políticos, pero la tentación para los aspirantes a dictador se torna fuerte. Su juego sucio le ha valido a Ortega una semejanza quizás ofensiva para él, pues sus compatriotas lo comparan con otro manipulador de elecciones: Anastasio Somoza…

Aquí, algunos pedían torcer la ley para dejar participar a Sandra Torres, ya sea para “romper el mito” o porque ella tenía un demostrado caudal político. Ortega lo tiene también; se dice que la recuperación económica propiciada en gran parte por los $1.6 mil millones recibidos de Hugo Chávez han abonado a su popularidad. Sin embargo, pareciera que haciendo valer la ley, los guatemaltecos optamos por el mejor camino.

La estabilidad y credibilidad del sistema depende de cumplir las leyes vigentes, buenas o malas, hasta que éstas sean modificadas por medios legítimos y transparentes. Ello, sin importar la astucia o garra, el dinero o el capital político de la figura sedienta de poder.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo 21", el día miércoles 09 de noviembre 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario