lunes, 30 de agosto de 2010

El futuro religioso del hombre (IV)


“Más prefiero sentir la contrición que saber definirla”…

Armando de la Torre

En plena guerra mundial, un teólogo “protestante”, Rudolf Bult-mann, muy influído por su compatriota, el filósofo existencialista Martin Heidegger, publicó un provocativo artículo con el título El Nuevo Testamento y la Mitología.

Cuarenta años después otro pensador, el norteamericano Thomas Kuhn, añadió por su cuenta un condicionante para todo lo que en cada época se tiene por verdad “científica”, pues son productos de previos compromisos intelectuales que comparte la comunidad de los científicos y que él llamó “paradigmas”, de los cuales, empero, no son explícitamente conscientes.

En estos dos enfoques contemporáneos me apoyo ahora para reflexionar en torno al futuro religioso del hombre, en particular del que se confiesa monoteísta dentro de los cánones de la tradición judeocristiana.

Por un lado, el acervo de lo que llamamos “revelación” de Dios ha sido, y es, el tesoro más rico e inagotable de conocimientos sobre nosotros mismos, nuestros lugares respectivos en el cosmos, sobre el “para qué” de nuestras trayectorias individuales, y lo que entrañan vocaciones tan diferentes que, no obstante, nos permiten el ascenso inmerecido desde este mundo sensible, que nos es tan “natural”, a ese otro insondable que llamamos “sobrenatural”.

La palabra escrita y la tradición oral por las que nos ha llegado tan fenomenal “Buena Nueva” no son, por otro lado, hipótesis científicas falseables en laboratorios experimentales según el método usual de ensayos y errores, sino más bien “interpelaciones” históricas que nos hace un Creador misteriosamente tripersonal a cada uno de nosotros, sus criaturas unipersonales, y dentro de coordenadas concretas de tiempo y espacio. Más sugerente aún, que nos adelantan de manera analógica una “fusión”, igualmente más allá de lo comprensible, entre el recóndito Uno Infinito y los múltiples finitos de nuestra experiencia.

Tal “Revelación” nunca nos hubiera podido alumbrar sin una intervención extra (es decir, allende al mero acto de habernos creado de la nada) por parte de la divinidad que, además, se nos revela redentora.

Lo que requiere a nuestra vez de nosotros algo “extra”: ese asentimiento voluntario que llamamos coloquialmente “acto de fe”. Y queda así establecido un diálogo posiblemente eterno entre personas divinas y humanas, a lo cual, en palabras de Martin Buber, quedamos ontológicamente llamados.

Por lo tanto, al tratar hoy el tema de la “Revelación” no lo podemos encuadrar dentro de una teoría más del conocimiento, sino dentro de “vivencias” existenciales que rozan lo imprevisible y aun, en ocasiones, lo “místico” casi paranormal, y que el hombre común y corriente verbaliza como que “sentí que Dios me dijo”.

Ya otro teólogo alemán, Friedrich Schleiermacher, se había adelantado a los existencialistas del siglo XX a principios del XIX con un énfasis radical en el indiscutible “sentimiento” universal de dependencia de un Ser Supremo, y que podemos equiparar al sentido de “providencia”.
Mucho más temprano, el físico matemático Blaise Pascal lo había exteriorizado con aquello de que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”.

Ha sido ésta, por igual, la vivencia de profetas, conversos y contritos. Chesterton, con su muy británica flema, lo constató en aquello de que “a la Fe me atrajo lo que de ella debería haberme alejado”. Comentario similar al de uno de los cuentos del muy cínico Bocaccio, acerca de un Visir islámico en Egipto que envió a un embajador a investigar las costumbres morales de la Roma de los Papas del Renacimiento, y retornó horrorizado… y cristiano, pues, arguyó, si la fe en Dios persistía a pesar de decadencia moral de los que en El creen, no puede dejar de estarles presente.

Ciertamente es ésta una ruta muy diferente a la racional de los escolásticos medievales. Pero es la misma “devotio moderna” de aquel Tomás de Kempis que confesó: “Más prefiero sentir la contrición que saber definirla”…
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día domingo 29 de agosto 2010.

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