viernes, 6 de agosto de 2010

Carta de agradecimiento

Para Muso, con amor.

Karen Cancinos

A diferencia de tantos afortunados, no puedo decir que recibí clases con D. Manuel Ayau, o que compartí profusamente con él, o que me honró con su amistad. Para lo primero llegué tarde a la UFM, y en cuanto a lo segundo y lo tercero, pues no se dio y no porque él no haya querido, sino porque fui yo quien requirió mucho, mucho tiempo, para comprender las ideas de las que fue pionero en la región. Se dedicó Muso a otras cosas antes que yo consiguiera ablandar un poco mi cabeza de zote.

Para cuando vine a entender la magnitud de la tarea acometida por este maestro, y hubiese querido entonces tratarlo más y disfrutar su humor socarrón y sus enseñanzas, ya andaba él —y cuándo no— en otros emprendimientos. Pro Reforma, por ejemplo. Ya no lo vi demasiado por tanto, aunque de las pocas veces que tuvimos contacto siempre guardaré un recuerdo muy grato. Una foto tengo, muy sonrientes los dos, y él muy guapo a sus 81 añitos de entonces.

De manera que ante la imposibilidad de relatar un cúmulo feliz de vivencias a su lado, solo puedo intentar describir los dos sentimientos que experimento desde que supe de su partida. Uno de esos sentimientos me resulta abrumador; el otro, secundario. El primero es el de la gratitud, y el segundo, una sorda sensación que se ha de asemejar a cómo sabe la orfandad.

Primero lo primero. Musito —así le decía, y a usted nunca pareció desagradarle—, sepa que estoy muy feliz por tener tanto qué agradecer. Mucho me fue dado a través suyo, sin yo merecerlo y sin usted conocerlo y quizá sin proponérselo. Bien sabe usted, como quizá se lo haya comentado alguna vez su amigo Friedrich Von Hayek, que todas las acciones humanas tienen consecuencias no intencionadas. Y seguramente, cuando erigió una universidad donde se enseñaran y difundieran los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables, no estaba pensando en construir un hogar intelectual para una chiquilla de pueblo que llegó a los veinte pensando que el comunismo era lo máximo, que el Ché Guevara era un héroe y que los capitalistas malos merendaban niños.

Gracias, querido Muso, por haber hecho tanto por tantos cuando no tenía obligación alguna de hacerlo. En mi adolescencia boba nunca hubiese yo pensado en usted como el icono de la generosidad, pero ahora dimensiono en toda su magnitud el aporte de su vida larga y combativa: dedicarse a la juventud guatemalteca, a contrapelo de la visión dominante, cuando pudo —con su energía y talento— desempeñarse en cualquier parte del mundo, ajeno y a salvo de los sobresaltos y enormes carencias de nuestro país, fue algo que solo pudo haber hecho alguien con un alma espléndida. Como la suya.

El otro sentimiento, profesor, no puedo nombrarlo con precisión, pero supongo que ese peso en el corazón que no puedo soslayar se ha de sentir cuando el padre de una parte. Porque me siento un poco huérfana. Sin embargo, me consuela saber que, como dice la Sagrada Escritura, cuando muere un padre que ha sabido educar es como si no muriera, porque deja tras de sí un hijo que se le parece.

Que cultivemos nuestras mentes para que podamos imitar su perenne inquietud intelectual, Musito, y que trabajemos nuestro corazón para que se parezca al suyo: noble, fuerte y generoso. Ahora que está en posición de hacerlo, ruegue a nuestro Señor que así sea.

Artículo publicado en el diario guatemalateco "Siglo XXI", el dia viernes 06 de agosto 2010.

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