lunes, 21 de junio de 2010

“Paz firme y duradera”…


…nos prometieron mendazmente los políticos aquel 29 de diciembre de 1996.

Armando de la Torre

El acicate para esta reflexión me lo proveen repetidas columnas de prensa del psicólogo Raúl de la Horra en elPeriódico, el último de los cuales, bajo el título Vergüenza, publicado el 12 de junio. Escrito de un tirón, sin puntos ni comas, como para dar a entender que el desorden nacional que le deprime no merece un comentario ordenado, ni siquiera de acuerdo con su impecable sintaxis castellana.

Lo comparto

Aunque probablemente no coincidamos sobre las premisas que nos llevan a conclusiones tan tristes

Para mí, la raíz última del deplorable espectáculo colectivo en el que está sumida nuestra vida pública es enteramente de carácter ético. Reducido a lo mínimo, diría que consiste en la universalización entre nosotros del principio que el fin justifica los medios. De tal postura, por ejemplo, se derivaron aquellos “acuerdos” políticos (que no jurídicos, mucho menos morales), que dio lugar a la promesa mentirosa que encabeza esta nota.

El hombre tiende a ser cortoplacista y, por lo mismo, proclive a improvisar a tontas y a locas sin consideración para los posibles efectos al largo plazo de sus actos. Héctor Rosada, Gustavo Porras y encargado de manejar los hilos tras el telón, Eduardo Stein, disfrutaron en sus momentos respectivos de las fragancias de un triunfo así logrado. También Vinicio Cerezo, Jorge Serrano, Ramiro de León y Álvaro Arzú, quienes pudieron congratularse del gesto tan miope del apaciguamiento. Pero la realidad no ha cesado de pasarnos factura.

Aquel violentamiento mayúsculo de las normas más elementales de convivencia civilizada durante treinta y seis años de sedición intermitente acabó por barrer con todos los únicos criterios válidos sobre los cuales erigir un genuino Estado de Derecho.

Tales “acuerdos”, inconstitucionales, nocivos e innecesarios fueron la causa de que Guatemala se halle hoy de rodillas ante la barbarie. La impunidad a los delincuentes de ambos bandos garantizada por tales “acuerdos” ha deformado la visión moral de todo el pueblo. En consecuencia, generaciones de jóvenes han crecido a la sombra de esa monstruosidad moral. Y después nos preguntamos por qué a nuestro Estado se le califica de “fallido”.

Es verdad que todavía contamos con una amplia reserva moral en la mayoría silenciosa de ciudadanos que cumplen con sus obligaciones y de los que son reflejo de figuras públicas, sobre todo de mujeres que dejan, sea dicho de paso, a muchos hombres al nivel de pigmeos morales. También es verdad que disponemos de una juventud espléndida que aspira a cambiar el actual orden de cosas desde una conciencia más educada de los individuos. Pero ni una ni otra aún han podido penetrar las torcidas reglas del juego político que nos imponen la Constitución vigente y las interpretaciones de la misma por la Corte de Constitucionalidad. Para botón de muestra, los enredos entre leguleyos que nos ha heredado a su paso la CICIG.

Y los intereses creados a su sombra ahora reaccionan con ferocidad ante cualquier intento de retirarle sus oprobiosas ventajas. Lo acabamos de ver en sus pronunciamientos ante la sensata propuesta de reformas a la Constitución presentada al Congreso por setenta y tres mil ciudadanos. Y muy elocuentemente, los mismos que se les han opuesto son quienes aprobaron, entusiastas, aquellos mendaces “acuerdos de paz firme y duradera”. No lo entienden, ¿o será más bien que no quieren entenderlo?...

Marx sostuvo en su día que la “superestructura moral” se funda en la estructura “material” que le subyace. Max Weber, en su célebre análisis sobre La Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo, ofreció la primera de definitivas refutaciones a tal aserto.

Parece, sin embargo, que buena parte de los forjadores de criterio desde cátedras universitarias, los púlpitos, y ciertas columnas periodísticas de opinión no parecen haberse enterado.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día domingo 20 de junio 2010.

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