martes, 8 de junio de 2010

“Dos mentalidades, dos realidades”


La “sabiduría” en la práctica de todos los asuntos que nos ocupan en la vida habría de ser la meta última.

Armando de la Torre

Cualquier viajero que visita por primera vez un país del tercer mundo queda impresionado por el contraste entre dos tipos diferentes de personas. Los descubre a poco que se adentre en el país: hombres y mujeres energéticos, entusiastas, disciplinados en lo que hacen, y otros pasivos, rendidos y al parecer insensibles.

Son extremos, lo sé, pero lo mismo parecía ocurrir otrora en los pueblos dinámicos que ahora llamamos “desarrollados”, donde desde su industrialización se ha impuesto una mentalidad generalizada que borró en buena parte las antiguas fisuras. Por eso mismo se les hacen más llamativos los viejos contrastes que perduran en los países subdesarrollados.

En realidad, se trata de mentalidades antitéticas que se traducen a actitudes no menos contrastantes, al extremo de que un Benjamín Disraeli pudiera referirse a su pueblo como escindido en dos “naciones” distintas.

Esa realidad ha sido ulteriormente desfigurada desde enfoques ideológicos simplificadores: según Jules Michelet, por ejemplo, en cuanto dos clases sociales (en su contexto histórico, verdaderas “castas”) y que Marx, a su turno, catalogó de “dominante” y “dominada”. Para Nietzsche, en cambio, dos razas bien perfiladas la de los “superhombres vencedores” y la de los “mediocres vencidos”. Para Ortega, menos radical, más bien dos posturas de exigencias hacia sí mismos contrapuestas, la de los selectos y la de las masas.

Ya para los griegos clásicos se habían decantado en su conocida clasificación política entre los “mejores” (“aristoi”) como llamados a gobernar y el pueblo (“demos”), los gobernados. Confucio, en otro espacio, clasificó a su sociedad como integrada por “hombres superiores”, los intelectuales a su imagen y semejanza, y los servidores, esto es, el resto. Los hindúes, desde el pie del Himalaya, congelaron a su vez tales diferencias en un sistema de castas que ponía por encima de todos a “sacerdotes” (brahmines) y guerreros (“kshatriyas”).

Todas esas dicotomías pecan de simplistas. Porque la historia más que sobreabunda en excepciones, encima, inesperadas. Pero no cabe duda de que alguna raíz tienen esos dualismos en la historia.

Hoy, a la inversa, tenderíamos a suavizarlos en cuanto diferencias meramente temporales entre líderes y seguidores, con poco o nada que ver con la cuna de cada individuo o la genética de su estirpe.

En todo caso, sin embargo, podemos intuir en cualquier comunidad humana rasgos que diferencian entre sí a las personas y a las comunidades.

A un nivel menos académico, es experiencia universal que tendemos a dejarnos impresionar por la originalidad, osadía e inteligencia de ciertas personalidades que se nos antojan excepcionales. Aunque siempre habríamos de reservar espacios para y sorpresas.

En cuanto a proporciones es indudable que quienes abren camino son los menos, quienes jamás han sido predecibles. Mucho menos duraderos, porque no dejamos de ser pasajeros momentáneos en el tren del tiempo.

Aunque podríamos abonar la tierra donde puedan germinar esos pocos. Hoy tendemos a hacerla equivalente a familia y educación, aun cuando no baste como explicación última para tanto talento dormido o despilfarrado.

Pero ¿qué es educar? Mi definición preferida es la de inculcar valores.

La transmisión de conocimientos válidos, por supuesto, ha de acompañarla, pero no es una condición de la que no se pueda prescindir. Los mitos, las fábulas, las artes, los oficios trasnochados, los rumores, hasta las experiencias personales no comprobadas que estimulen la imaginación del que las oye, sean verdaderas o ficticias, como en la poesía, en los cuentos, narraciones de aventuras y novelas, por medio de ellas también se puede educar.

La “sabiduría” en la práctica de todos los asuntos que nos ocupan en la vida habría de ser la meta última. La cual tiene su precio, aunque sea porque tendemos a manejar mejor el fracaso que el éxito, el dolor que el placer.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "siglo XXI", el día domingo 06 de junio 2010.

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