viernes, 22 de julio de 2011

Temas tabú: un vistazo (2)

Karen Cancinos

"Qué país tan hermoso, pero le falta educación”, dijo el japonés. Mientras más se ataque a la familia, menos educación se construirá.

Escribí la semana pasada que el Foro por la Vida y la Educación organizado por la Conferencia Episcopal y sus colaboradores colocó, en buena hora, temas sobre el tapete del debate público que hasta ahora no se habían abordado en las campañas electorales de nuestro país, es decir, los tópicos relacionados con matrimonio y familia.

Los candidatos participantes, con la excepción de Rigoberta Menchú, parecieron coincidir en un punto: discutir estos temas no es irrelevante, ocioso ni gazmoño. Porque antes que seres políticos y agentes económicos, somos individuos que venimos al mundo y salimos de él a través de una familia. De manera que lo concerniente a esta no puede considerarse un asunto menor.

Sólo en una familia una criatura aprende a interactuar con otros, a seguir normas y a construir auto control. Para todas estas cosas es necesario desarrollar la inteligencia emocional: educación no es solo instrucción sobre alfabeto y operaciones aritméticas, sino sentido de respeto por nosotros mismos y por nuestros semejantes. Así que se educan los niños, primero y sobre todo, en una familia, no en una escuela, sea esta un rancho destartalado de aldea o un colegio caro de la capital.

“Este es un país hermoso, pero le falta educación”, fue el comentario de un amigo japonés el domingo pasado, a quien, junto con su gentil esposa, llevamos a conocer el mapa en relieve del antiguo Hipódromo del Norte en la zona 2. Cuánta razón tiene el señor Kawada: la educación, la más elemental consideración para el prójimo, era la gran ausente en la vulgar parafernalia protagonizada por las hordas que la UNE acarreó a la avenida Simeón Cañas a la hora de Pasos y pedales, espantando a la gente que aprovechaba la mañana dominguera para pasear en familia con todo y carruaje del bebé, silla de ruedas del abuelito y mascota halada.

Recuerde que en esa avenida hay un hospital. ¿Cómo se sentirían los pacientes con el horrendo reguetón a todo volumen sobre el carril auxiliar, a pocos metros de ellos? ¿Cómo cree que se sintió ese matrimonio japonés, gente acostumbrada a respetarse y a respetar a otros cuando, atrapados en nuestro auto durante dos horas por el tránsito provocado por los buses oficialistas, veían cómo desde esas ventanas caían a la calle servilletas usadas, latas de gaseosa y botellas plásticas vacías, mientras un tipo, megáfono en mano, gritaba “la UNE está contigo”, entre otras estupideces?

Por eso son tan importantes las familias funcionales. Funcionales dije, no idílicas. Esto es la vida humana, no el mundo mágico de Disney. Las familias importan, porque mientras sigan siendo blanco de ataques arteros por parte de políticos irresponsables que pretenden arrogarse más poder usurpando el lugar de los padres, menos educación se construirá. Tiene razón el señor Kawada: si de algo está urgido nuestro país es precisamente de educación, ese decoro del que solo son capaces quienes crecen en una familia que no los abandona como matitas salvajes para que se críen como puedan, sino que les cultiva la inteligencia emocional enseñándoles normas, brindándoles cuidados, estableciéndoles límites, desarrollándoles, en suma, el limbo cerebral. Eso no puede hacerlo la escuela ni el estado, pues corresponde a los primeros dieciocho meses de vida.Continuará.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día viernes 22 de julio de 2011.

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