viernes, 27 de mayo de 2011

¿Pelear una guerra ajena? (2)

Karen Cancinos

Que lidien los gringos con su demanda de drogas. Bastante tenemos con nuestros propios líos.

No solo las politiquerías de Mi familia Progresa y sus similares son las que promueven una cultura de mendicidad, además de una perceptible laxitud del sentido del deber, sobre todo en los hombres (si alguien puede andar por ahí engendrando muchachitos para luego decirles a sus madres que se alisten para recibir “ayuda del gobierno”, lo más probable es que lo haga, y si encima de “la bolsa” hay dinero en efectivo, tanto mejor). También la criminalización del tráfico y el consumo de drogas es un factor que les desincentiva a formarse en un oficio o una profesión honrados. Después de todo, es más sencillo enrolarse en una mara si se es citadino, o en una célula de los carteles del narco si se es rural.

Decía la semana pasada que la llamada “guerra al narcotráfico” es un despropósito colosal. No es más que un conjunto de políticas públicas al que suele juzgársele por sus intenciones. Es muy bonito pensar que Obama, bendito sea, y la pléyade divina de presidentes hispanoamericanos, se preocupan tanto por sus compatriotas que han declarado la guerra, Terminator es nada, contra los malvados narcos, las obscenas ganancias que les reditúan las sustancias detestables que mueven, y los malditos armeros que les venden esos adminículos de destrucción con que apertrechan hasta los dientes a sus ejércitos privados.

Sin embargo, las políticas públicas no deben juzgarse por sus intenciones. Eso hay que internalizarlo cuanto antes como ciudadanos responsables y como gente crecidita que somos. Sobre todo ahora, que estamos en año electorero, es necesario que meditemos en el hecho de que no debemos jamás votar por lo que alguien “podría hacer” si fuese presidente, diputado o alcalde. Alguien escribió en un diario que votará por Alejandro Sinibaldi “por la seguridad que ofrece”. Si de ofrecer se trata, él y todos los demás pueden ofrecer hasta viajes con todo pagado a algún destino idílico. De manera que no hay que votar por ofrecimientos, sino por rasgos de carácter evidenciados en objetivos que ya se han alcanzado. En otras palabras, no vote por lo que alguien dice que hará, sino por lo que ha hecho. En entregas posteriores, al estilo de lo que está haciendo el colega columnista Álvaro Velásquez, diseccionaré con este criterio la trayectoria de cada personaje que se ha presentado en esta contienda como candidato a cargos de elección.

Volviendo al tema de las políticas públicas, si a éstas no hay que juzgárselas por sus intenciones (casi siempre son buenas, solo en algunos casos resultan románticas o francamente ridículas, pero esos son los menos), entonces, ¿cuál es el parámetro bajo el cual hay que considerarlas? La respuesta es sencilla: evalúe cualquier política pública a la luz de los resultados que arroja.

Sí, los resultados, no las intenciones, son lo relevante de cualquier acción política. Así las cosas, respóndase: ¿Cuál ha sido el resultado de la “guerra contra las drogas”? Poblados enteros atemorizados con la consiguiente pobreza cundiendo, grupúsculos pululando en tierras de nadie, matándose entre sí y, peor aún, asesinando ahora a labriegos inocentes, todo ello de la manera más cruenta. Lo que soy yo, que los gringos lidien con su demanda de drogas y sus propios carteles. Nosotros ya bastante tenemos con nuestros líos para que, encima, tengamos que hacerles la tarea.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo 21", el día viernes 27 de mayo 2011.

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