lunes, 16 de agosto de 2010

El futuro religioso del hombre (II)


No pretendo ser el dueño de la verdad, mucho menos imponerla.
Armando de la Torre

Corren muchas versiones de lo que se entiende por “religión” que contradicen lo que yo entiendo por ella. Por supuesto, no pretendo ser el dueño de la verdad, mucho menos imponerla.

Pero a propósito del paso entre nosotros de los restos de Don Bosco leí de un columnista de opinión bien conocido por su antipatía visceral a todo lo eclesiástico, que la veneración de tales reliquias rayaba en la “necrofilia”. Manera grosera, me pareció y lo sostengo, de descalificar lo que no se entiende.

Al precio de distraer en exceso a mis lectores, quiero aquí remontarme a precedentes que nos pudieran parecer demasiado remotos.

Quienes se confiesan “evangélicos”, por ejemplo, igual critican la veneración de reliquias humanas, pero desde un plano mucho más elevado y, ciertamente, menos bilioso. Para ellos, sólo a Dios y a su Hijo Encarnado ha de dársele con exclusividad todo honor y toda gloria, posición teológicamente defendible pero en extremo teocéntrica, al estilo de Calvino en el siglo XVI. Por supuesto que en un plano de fe intensamente monoteísta en abstracto tal postura espiritual tiene su lógica. Lo mismo podría decirse de la ortodoxia judía o de la islámica.

Pero los católicos parecen haber tomado mucho más en serio, sobre todo desde las encendidas prédicas de San Bernardo de Claraval en el Siglo XII, las implicaciones concretas de la fe cristiana en el misterio de la Encarnación. Es decir, que para ellos Dios, en la persona de Jesucristo, ha querido históricamente divinizar a lo humano y empezó por incluir en su providencia una Madre netamente humana para su Verbo divino, lo Infinito paradójicamente bajado a lo finito.

Ello habría de traducirse ulteriormente al muy debatido punto, entre otros, de la fe con obras, en la que tanto insistió Santiago, el judaizante “hermano” mayor de Jesús de Nazaret, y la pura fe sin ellas, inferido de la prédica sobre lo gratuito de todo don de Dios de San Pablo.

La fe acompañada de obras, a los ojos de los adalides de la Reforma protestante, pareció un mentís a la supuesta tesis paulina de que sólo la fe sin obras salva, y haberse constituido en un salto medieval atrás hacia aquella servidumbre a “la Ley” de la que Jesucristo, precisamente por su generosísimo sacrificio, nos liberó de una vez por todas.

En lo personal, creo que la tradición católica ha sabido lograr una magnífica síntesis entre ambas posturas apostólicas que ultimadamente, además, habría de redundar en el carácter gratuito de lo sacramental para el buen obrar en la comunidad de los creyentes -—por ello erigida en “Iglesia” o “Cuerpo místico” del Redentor—, frente a la eficacia de la mera Palabra bíblica.

Perdóneseme esta digresión teológica en una nota para la muy mundana y temporal prensa diaria. Pero la creo premisa necesaria para concluir que el llamado “culto a los santos” no es más que una extensión del culto comunitario explícito y único a Dios, dado que cada uno de nosotros, individuos de naturaleza a un tiempo corpórea y espiritual, ha sido llamado por Él en cuanto miembros visibles de una comunidad invisible, en otras palabras, insertos en otro colectivo humano, esta vez de índole, empero, sobrenatural, que bajo la óptica teológica se le identifica hoy como el sacramento “radical”.

En este supuesto, todo hombre o mujer declarado “santo” por la Iglesia no es más que un simple ejemplo para los demás de entrega heroica a Dios. De ahí el respeto fervoroso con que se acoge cualquier resto que de ellos nos quede y que eventualmente refuerce nuestros lazos con la Fuente de tamaños heroísmos.

Similar al impulso que llevó a otros de nuestros contemporáneos sedicentes ateos militantes a momificar el cadáver de Lenín en la Plaza Roja de Moscú o a preservar los despojos mortales de Napoleón en el Hospital de los Inválidos en París.

¿También necrofilia? ...

En último análisis, cuestión de fe en los hombres o en el Dios de la Buena Nueva que los diviniza.

Opto por lo segundo. (Continuará)
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día domingo 15 de agosto 2010.

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