martes, 31 de agosto de 2010

Autoridad y autoritarismo


Confundimos, temo que interesadamente, la autoridad con el autoritarismo y, asociadamente, la democracia con el libertinaje. Para contar con una “buena” democracia se argumenta la necesidad del consenso y del diálogo, algo que no objeto y además suscribo como necesario.

PEDRO TRUJILLO

Sin embargo, no se puntualiza con el mismo énfasis que cuando el diálogo no tiene sentido o sustento, hay sentencias jurídicas que lo encauzan o la norma (la ley) determina que las cosas son de forma distinta, el diálogo debe dejar paso a la acción, al ejercicio de la autoridad.

Casos recientes como el de los ocupas-encapuchados universitarios o el de invasores de fincas u otros que nos cortan de vez en cuando las carreteras, son ejemplos a no seguir. Se puede —se debe— ejercer el derecho individual hasta que se limita o coarta el de los demás. En ese preciso momento se deja de tener razón y el diálogo debe rechazarse como elemento de distensión, porque realmente se está empleando como medio de dilatación o de presión. La democracia es el sistema de gestión política que requiere mayor grado de autoridad, que no de autoritarismo.
Argumentaba un alto cargo comunista español que no hay democracia sin autoridad.
Autoridad que, por cierto, proviene de las leyes y no de personas, como sería el autoritarismo. Autoridad para aplicar las normas con contundencia, decisión y sin fisuras. Autoridad que precisamente encumbra la democracia al lugar de honor que ocupa frente a otros sistemas donde el capricho y la arbitrariedad del gobernante o el libertinaje de grupos de interés terminan por imponerse y hacer sucumbir el imperio de la ley.

Padecemos, lamentablemente, esa situación en el país. Grupos de descontrolados y delincuentes organizados (o terroristas) imponen sus formas violentas, sus argumentos fuera de contexto y sus bajos intereses frente a la incapacidad del Gobierno de aplicar precisamente la ley de forma contundente. Envidiamos el famoso eslogan de “tolerancia cero” que tanto éxito tuvo en New York, pero somos incapaces de exigir la aplicación de medidas para que los buses lleven todas las luces, no obstaculicen el tráfico o no se parqueen donde les ronque la gana. Tampoco evitamos que se invadan fincas o que se retornen estas a sus propietarios antes de que pase menos de un año ocupadas por grupos de inconformes. No digamos del cierre de carreteras por otros manipulados que con pancartas que apenas saben leer, por un almuercito o pocos quetzales, impiden la libre locomoción.

No se ha entendido la democracia. Se ha contrapuesto a la autoridad y pareciera que hablar de la primera supone desechar la segunda, cuando justamente es el perfecto complemento frente al libertinaje de los de siempre y el autoritarismo de grupos violentos que, con cara tapada y haciendo gala de la más perfecta cobardía, hacen lo que quieren. La culpa la tienen políticos y funcionarios, lamentablemente apoyados por instituciones que debieran velar por los derechos de todos. Creen poder esgrimir el discurso de la razón y del predominio del diálogo por sobre principios básicos muchos más altos en la escala de valores, como es la autoridad y los derechos del ser humano. Convierten la democracia en una pantomima interesada de aquellos que con postulados ideológicos trasnochados pretenden utilizarla en beneficio propio y seguir haciendo lo que aprendieron y practicaron de por vida: el autoritarismo más deleznable que, por supuesto, condenan y no permiten en otros. Todo un planteamiento que conviene aclarar contundentemente a los funcionarios tibios y a los farsantes bochincheros.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Prensa LIbre", el día martes 31 de agosoto 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario