martes, 8 de mayo de 2012

Gritos en el silencio

POR PEDRO TRUJILLO
No conozco a Evelio, pero me contactó para relatarme una historia. No sé por qué me eligió a mí, pero no quiero defraudarle ni a quienes menciona con dolor y tristeza. Evelio nació en Salacuim, al norte de Cobán. Vivió el acoso del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y describe detalladamente cómo esos asesinos contactaron con religiosos de la zona para -utilizando el evangelio- difundir un interesado mensaje de lucha. Entre 1979-1981, la actividad guerrillera se incrementó y el discurso tomó otro rumbo: el reclamo de tierras ajenas como propias. Desde entonces comenzó la persecución y la muerte de dueños de fincas. Una noche de septiembre de 1981 —en las fincas Copalá y Las Mercedes— mataron a cinco personas. Los guerrilleros se habían hecho con el control de la zona y en días sucesivos continuaron asesinando en comunidades vecinas. No quedaba otra alternativa que el éxodo, dejar cuanto se poseía y salir del lugar de forma apresurada. Todo quedó allá. Todo se perdió. Los que no huyeron fueron reclutados por las huestes rebeldes y obligados a integrar sus filas, alojándose en campamentos: Río Chiquito, Bethania, Peñas Blancas, etcétera. Salacuim se convirtió en refugio de muchos de los que huían, y el EGP decidió tomar el control de la aldea. Llegaban y con ruidoso tropel rompían el silencio de la noche mientras buscaban a quienes creían enemigos o colaboradores del Ejército. Muchos hombres dejaban la vivienda al atardecer y dormían en el campo, única forma de preservar sus vidas. Sin embargo, Pablo Tut e Ismael Medina no tuvieron la suerte de otros y fueron ametrallados. El milagroso arribo de una patrulla militar —procedente de Playa Grande— en noviembre de ese año produjo un respiro a los atemorizados habitantes. Sin embargo, al amanecer del día siguiente, alrededor de 300 integrantes del EGP ingresaron por la calle principal con intención de instalarse en la aldea y tuvieron un encuentro con la tropa que los ahuyentó sin que se produjeran bajas en ninguno de los bandos. El aparente plan de invasión fracasó, pero desde aquel día el asedio fue mayor. El EGP rondaba las cercanías de Salacuim; quienquiera que salía a trabajar era ejecutado, como les ocurrió a los hermanos Pop y posiblemente con el hijo de Enrique Pop, hasta la fecha desaparecido, pero lo peor estaba por venir. El 10 de mayo —Día de la Madre— de 1982, una columna del EGP “lo celebró” ametrallando a la población, como quien cobra una cuenta pendiente. Las casas fueron incendiadas, la destrucción total era el objetivo de aquellos asesinos. Los muertos quedaban tirados por doquier y los sobrevivientes se refugiaron en Saholom. El saldo fue de 22 honorables personas masacradas: Rafael Ruiz, Heriberto Prado, Víctor Prado, Juan Ventura Prado, Cándido Medina, Agustín Tista, Daniel González, Roberto Poou y otros fueron fusilados o quemados. Doña Reyes González —quien debió haber recibido loas por ser mamá— murió carbonizada. Evelio, alejado ahora de aquella escena, sueña cada tanto con los horrores que el tiempo no ha borrado y está convencido de quiénes fueron los asesinos, algunos hoy personajes públicos y conocidos que estuvieron concentrados y entrenándose en la aldea Campur. Mientras tanto, ocultan la realidad, continúan con el discurso parcializado que esconde sus actos criminales y acusan de “genocidas” a quienes portaban el uniforme verde oliva, aprovechando para pavonearse impunemente a nuestro alrededor, recibir premios, avivar el fuego del odio y vivir de aquel conflicto que los convirtió en verdugos ruines, por más que se hagan las víctimas. Artículo publicado en el diario guatemalteco Prensa Libre, el día martes 08 de mayo 2012.

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