lunes, 17 de enero de 2011

El futuro religioso del hombre (XXII y final)

Armando de la Torre

Si la historia nos es maestra, conjeturo que su fe religiosa será más intensa en la medida en que se sentirá políticamente más incorrecto.

En resumen, ¿cómo se podría avizorar al cristiano, hombre o mujer, de la era espacial del futuro? ¿Cristianos mucho mejor informados que hasta ese momento? ¿Expuestos a múltiples desafíos que les serán enteramente inéditos? ¿Globalizados, opulentos, y más seguro de sí y de su poder sobre la naturaleza? ¿Pero también más individualistas y menos comunitarios, más sensuales y, por ello, menos dispuestos a sacrificarse por los demás?...

¿Solitarios hacia adentro y meramente gregarios hacia afuera?... ¿Quizá, también, más deprimibles?... ¿Cristianos “unisex” que entenderán el amor como una mera fusión exultante de elementos químicos y no como una voluntaria entrega recíproca?...

Si la historia nos es maestra, conjeturo que su fe religiosa será más intensa en la medida en que se sentirá políticamente más incorrecto.

Y que los fundamentos racionales de su fe transitarán de la riquísima herencia del esencialismo de los clásicos griegos y romanos a las vivencias existenciales del hombre moderno, producto de sucesivas revoluciones, científica en el siglo XVII, liberales en el XVIII, y sostenidamente industriales durante los siglos XIX, XX y XXI.

Y si toda civilización consiste radicalmente en imponer un orden racional al caos, la interplanetaria del futuro podría entrañar una fe ecuménica aún más sujeta a la lógica simbólica de las relaciones que, paradójicamente, habrá de hacernos, al final, más humildes ante la inmensidad y majestuosa complejidad del cosmos.

Como siempre, sin embargo, el universo al interior de cada cual todavía les servirá de medida para todas las demás cosas. Y en eso consistirá su mayor responsabilidad individual ante Dios.

Un nuevo hombre para un nuevo cielo y una nueva tierra, que logrará amaestrar en base exclusiva a las bienaventuranzas del Sermón del Monte.

No habrá otra.

Lo que nos traerá filosóficamente de regreso a la postura de Immanuel Kant, de cuando escribió: “Dos cosas me maravillan: el cielo estrellado y mi deber moral”.

Tal vida interior en cada hombre o mujer será el todo para el cristiano. Como nos lo reiterara recientemente Martin Buber, la fe es diálogo íntimo entre un Yo y un Tú, presagio de aquel eterno y completo entre personas divinas y humanas a través de la visión beatífica. Diálogo previamente abonable por el Amor, porque…

“Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles” —lo describió Pablo a los corintios—, “si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.
Aunque tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; aunque tenga plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque reparta todos mis bienes, y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha. El amor es paciente, es amble; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no es engreído; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.

Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor, estos tres. Pero el mayor de todos ellos es el amor”.

Anticipo, quizás, de la clarividencia de Issaac Newton… “Me veo como un niño pequeño, jugando en la playa, que disfruta al encontrar, de vez en cuando, un guijarro más fino o una concha más bella de lo común, mientras el gran océano del saber se extiende ante mis pies inexplorado…”

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día domingo 16 de enero 2011.

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