martes, 19 de junio de 2012

Otra visión de la crisis

PEDRO TRUJILLO Me preocupa el reduccio- nismo que se ha hecho de la crisis europea, focalizado en el ámbito económico-financiero. Es cierto que existe una enorme deuda —sin cuantificar— en muchos países de la Unión Europea y no lo es menos que las soluciones para su refinanciación no son ni populares ni aceptadas. Sin embargo, si el problema fuera exclusivamente económico bastaría, simplificando, establecer y cumplir un calendario de amortización. Dicho de otra forma simplista, el tema económico es a fin de cuentas algo numérico que se puede afrontar con un plan rígido que optimice y contenga el gasto público. Si es así de “fácil” ¿por qué la resistencia a su implementación? La pregunta invita a reflexionar sobre la clave de la “verdadera” crisis. Hay dos generaciones de ciudadanos europeos educados, desde que nacieron, en una filosofía de asistencialismo estatal de la que no pueden zafarse por su enraizamiento. Desde la más tierna infancia, experimentaron la salud “gratis”, la educación “gratis”, el transporte público subvencionado, la ayuda para adquisición de vivienda, los préstamos a bajo interés; jugaron en parques públicos con múltiples diversiones, porque de lo contrario se cambiaba al alcalde hasta que alguno las instalara; tuvieron acceso a centros recreativos municipales donde —también “gratis”— disfrutaban de piscinas, canchas de tenis o campo de futbol y sabían a la perfección que si eran tres o más hermanos, el Estado les reducía sustancialmente el pago impositivo, además de otros beneficios como familia numerosa. La experiencia de vida les mostró que habían nacido en un espacio geopolítico en el que los consolidados derechos eran el preámbulo de cualquier solicitud, fuese racional o no. De las obligaciones jamás se habló en las escuelas, en las charlas familiares o en inexistentes foros que únicamente se organizaban esporádicamente para reclamar más derechos. Todo debía ser gratis y que pagaran otros que eran desconocidos para muchos e identificados, por los más ideologizados, como “los ricos”. Se gastó todo lo que se pudo; consecuentemente se robó todo lo que se permitió y consiguientemente se construyó infraestructura que, en el caso español, se identifica inútil y valorada en más de 10 mil millones de euros. El tiempo —que todo lo pone en su sitio— revela una deuda que comenzó, como aquella de la burbuja inmobiliaria, con unas decenas de millones para ir creciendo como bola de nieve y remontar la centena de miles de millones, sin ser la cifra definitiva. Llegó la hora de hacer cuentas y cada ciudadano tiene una deuda que ni siquiera imagina y mucho menos podrá pagar. Hablar de responsabilidad aparece inesperadamente y esas generaciones en su madurez deben abordar una discusión para la que no están preparados ni dispuestos. Entienden el endeudamiento, porque es algo evidente, pero achacan sus males a los gobiernos y a los políticos, sin darse cuenta de que ellos y sus padres fueron quienes los votaron y permitieron todo aquello, en la medida que ellos mismos disfrutaban de servicios “gratuitos” como los antes relatados. Son dos generaciones perdidas que deberán pasar para que otras nuevas entiendan que hay que hablar de derechos y de responsabilidades en forma simultánea y que nada es gratis, sino que en el largo plazo alguien debe hacer frente a los desmanes de otros. Matemáticamente se soluciona el problema en poco tiempo, socialmente requerirá de dos nuevas generaciones, es decir, 20 o 30 años más. Esto es la verdadera lección a aprender de la crisis, allí y aquí. Artículo publicado en el diario guatemalteco Prensa Libre, el día martes 19 de junio 2012.

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