viernes, 15 de junio de 2012

En el día de papi (y de mami)

Karen Cancinos Caso 1. Padres de familia lloriquean suplicando la intervención de la Procuraduría de los Derechos Humanos para que jale contundentemente las orejas al Ministerio de Gobernación. ¿La razón? Los policías antimotines hicieron su trabajo y desalojaron a los retoños de tan angustiados progenitores, por la fuerza, del puente El Incienso. Los nenes –unas decenas– habían bloqueado la vía, una de las principales de la capital, para “protestar” por una razón de lo más banal. Causaron un atasco descomunal, perjudicaron a decenas de miles de ciudadanos en su actividad productiva diaria, y ocasionaron que tres agentes hayan sido lesionados en el cumplimiento de su deber, uno de ellos severamente. Caso 2. En un colegio, el año pasado, tres jovenzuelos de 15 hostigan a una chica de 12. Para que dejen de molestarla, le aseguran, ella debe filmarse masturbándose y enviarles el video por BB. La joven cede. Sus padres la inscriben en otro establecimiento. Las autoridades del colegio expulsan a los tres pequeños patanes. Los padres de uno acatan la decisión y se lo llevan a otro colegio. Pero los progenitores de los otros dos van a chillar al MINEDUC para que sus hijitos terminen el año en el establecimiento. Los avalan (¡!) y el colegio se ve obligado a que los dos adolescentes se queden allí todo 2011. Este año, sin embargo, no admite su reinscripción. Uno se va. Pero los padres del otro llevan el asunto a tribunales asegurando que al chiquitín le ha sido conculcado su “derecho constitucional a la educación”. Ganan el caso y, para molestia y preocupación de muchos otros padres de estudiantes del mismo colegio, el chicuelo regresará, si es que no lo ha hecho ya. Tanto los padres de los alborotadores del Periférico como los de los acosadores de colegio elegante, son parte de una misma generación supongo, gente más o menos entre 35 y 45 años. La misma generación que no duda en proclamar con vehemencia que “los valores se han perdido”. Imagino que se refieren a valores sociales que compartimos no solo los de esa generación, sino también los mayores de 50 y los jóvenes sensatos. Valores como la responsabilidad (“da cuenta de tus actos”, “encara las consecuencias de tus acciones”). O como el autocontrol (“resuelve tus diferencias con otros civilizadamente”; “el berrinche es de niños; la fuerza bruta, de animales. Y tú a los 12, 15, 18, ya no eres lo primero, y en tanto ser humano, jamás has sido lo segundo”). O como la tolerancia (“no juzgues a los demás tomándote a ti como modelo”). Es una tamaña incoherencia gimotear por un lado que “ya no hay valores”, y por otro actuar precisamente para destruir todo aquello que decimos tasar muy alto: la convivencia pacífica, por ejemplo. Acudir a la PDH, o acometer un proceso desgastante y caro para defender lo indefendible, les hace un flaco favor a los vástagos de semejantes papis (y mamis). Lo peor es que están criando fierecillas que no sabrán seguir normas elementales de trato decente a los demás, salvajitos que luego echarán el país por el despeñadero. Mal, muy mal. A ver si este Día del Padre reflexionamos en que, a veces, el amor por los hijos debe necesariamente tomar la forma de correctivos y enmiendas drásticas. Artículo publicado en el diario guatemalteco siglo 21, el día viernes 15 de junio 2012.

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