jueves, 9 de diciembre de 2010

Powershift

Creo que estamos viviendo un momento que marcará la historia del siglo XXI: el escándalo de WikiLeaks. Y la importancia de este suceso no estriba en la información específica que podamos conocer sobre las comunicaciones internas del Departamento de Estado de los Estados Unidos, sino en que las personas de todo el mundo empiezan a percatarse de que las vestiduras del rey, en efecto, no existen.

JORGE JACOBS A.

Y con “rey” no me refiero al Gobierno de Estados Unidos, me refiero a los políticos de todas las latitudes, colores e ideologías. En pocas palabras, los ciudadanos del mundo empezamos a recuperar por lo menos algo del control sobre nuestros “mandatarios”.

Y es que en los últimos cien años los políticos del mundo han logrado hacerse casi completamente del poder, relegando a la mayoría a condición casi de súbditos (y en algunas partes incluso de esclavos). El establishment político del mundo, escudado en el concepto del Estado benefactor, ha ido ampliando cada vez más el ámbito de su control y poder, muy bien resguardado bajo la impunidad que le brinda el actuar a espaldas de sus supuestos representados.

Pero las cosas parecieran empezar a cambiar. Y aquí es donde entra WikiLeaks. La publicación que han hecho de información “secreta” de algunos gobiernos —que no solo del de Estados Unidos— ha logrado quitar esa aura de impenetrabilidad que rodea al actuar confidencial de los políticos que antes solo algunos arriesgados periodistas investigativos se atrevían a indagar. El conocimiento de las actuaciones que los políticos preferirían que se mantuvieran en secreto tiene el efecto colateral, que ya mencionaba en mi artículo de la semana pasada, de borrar esa separación mental que mucho hacen entre los políticos y el Gobierno.

La guerra que le declararon los políticos a WikiLeaks y a Julian Assange no hace más que convertirlos en mártires y elevar todavía más su perfil. El alto perfil de la solicitud de extradición contra Assange solo para indagarlo sobre un par de demandas por haber tenido sexo sin condón con dos mujeres en Suecia, al grado de llegar a ser “el más buscado” por la Interpol, para cualquiera con dos dedos de frente es claro que las intenciones y las presiones son mucho mayores que simplemente el “acoso sexual”.

El que Amazon, EveryDNS, PayPal, Mastercard, Visa y hasta un banco suizo le hallan cortado las alas a WikiLeaks, sin contar los múltiples y repetidos ataques de “DDoS” —distributed denial of service, ataque cibernético contra sus servidores— también denotan las presiones que los políticos están haciendo. Y el nivel a que han llegado es síntoma de que ellos sí entienden todo lo que está en juego acá, que no es solo la información del Departamento de Estado, sino el poder de actuar impunemente fuera del escrutinio del “público” —o sea, de los ciudadanos a quienes dicen representar—.

La situación se pone más interesante cuando entran más jugadores al ruedo y un grupo de hackers se dedica a lo que llaman hackactivismo, y empiezan a su vez a atacar también con “DDoS” a las agencias y empresas que se han vuelto contra WikiLeaks. Lo que hace que ya algunos hablen sobre la primera guerra cibernética. No es tal, pero sí un aviso de que en el nuevo mundo del Internet no es tan fácil acallar a la oposición.

¿Se va a acabar la política como la conocemos actualmente? No. Pero se ha dado un paso hacia una mayor posibilidad de transparencia, que hará que más de algún político piense dos veces antes de abusar del poder. Y eso es bueno.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Prensa Libre", el día jueves 09 de diciembre 2010.

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