viernes, 10 de diciembre de 2010

El cotarro alborotado (parte V)

Buenas intenciones, ardor justiciero, ego no resuelto, cualquiera los tiene. Talla política no. ¿La tienen las mujeres de la campaña 2011?

Karen Cancinos

Hay varias mujeres que se perfilan protagonistas de la contienda del próximo año, como candidatas presidenciables, vice presidenciables o congresistas. Comencemos a darle un vistazo a lo que significan sus propuestas.
Ninguna de ellas es nueva en estas lides. Nineth Montenegro, Roxana Baldetti y Zury Ríos son diputadas bien conocidas. Adela de Torrebiarte lleva tiempo bregando en la arena de la política nacional, primero como activista y en el gobierno pasado como Ministra de Gobernación. Sandra Torres ha acumulado una década en campaña. La contacté en 2003 para invitarla a un programa de radio que ayudaba yo a conducir. Prometió acudir pero nos plantó. Ya no recuerdo si la extrañamos: lo más probable es que hayamos sacado a relucir el plan B que siempre se tiene cuando se desempeña una en ese apasionante mundo. Para entonces no tenía yo idea —creo que nadie en realidad, salvo sus más allegados— que lo que la señora quería era ser Presidente, no la esposa de uno. Nada malo hay en eso, por supuesto: a todos asiste el derecho de aspirar a lo que deseen.


Otra cosa bien distinta es si se tiene la talla. Porque para político, para cirujano, para vendedor o para cualquier otra cosa se requieren talante y talento. La diferencia estriba, sin embargo, en que la política es un medio por el cual unos pocos pueden hacer mucho daño a muchos. No puede decirse lo mismo de los oficios y profesiones que se ejercen en el ámbito privado de la acción humana. Porque incluso un error en, digamos, una cirugía, si bien tiene repercusiones muy graves para el paciente y su familia, puede atribuirse a quien lo cometió y así deducírsele las responsabilidades correspondientes.


Lo mismo ocurre con un retardo en una fecha de entrega de producto, o con el incumplimiento de las obligaciones contraídas por una de las partes signatarias de un contrato. Las consecuencias son asumidas y sufridas por quien falla o se retrasa: bien dicen que no hay universidad más estricta que la de la vida y que, si se quiere aprender algo a fondo, lo mejor que puede hacerse es trabajar en la industria respectiva.


Pero en política no es aplicable el proceso de ensayo y error que caracteriza el aprendizaje de todos en el resto de actividades humanas. Quien hace política debe estar, a priori, en posesión de un cúmulo de ideas fundamentales más que claro. Una ideología definida, en suma. Eso es lo primordial: la política, insisto, si bien a nivel filosófico es la ética aplicada a la vida social, en la práctica puede ser convertida en una herramienta con la que pocos sojuzguen a muchos e hipotequen incluso el futuro de quienes ni siquiera han nacido.


Por eso nunca me parecerá excesivo señalar una y otra vez la importancia de la claridad conceptual en los políticos o en quienes aspiran a serlo. Todo lo demás es secundario: el carisma, la habilidad retórica o la guapura física. Si se tienen, qué bien, pues ayudan, ni duda cabe, a ganar elecciones. Pero hacer política no es solo llegar al poder: es hacer acopio de talla estadista para mantenerse en el mismo sin causar daño e incluso hasta ayudar a mejorar la situación de los compatriotas. Vea si no a Obama, un candidato excelente que dos años convirtieron en un mandatario vapuleado por la realidad de su propia incompetencia. No tiene talla.


¿La tienen las mencionadas? Continuará.


Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día viernes 10 de noviembre 2010.

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