Karen Cancinos
La respuesta a las tragedias no es solo cuestión de medidas de emergencia, sino de algo más: se trata de fibra moral.
En un artículo excelente, Eduardo Mayora considera que en los próximos días va a suscitarse “un alud de críticas y condenas” a la generación de energía eléctrica por medio de plantas nucleares, a raíz de la situación actual en Japón.
El texto del columnista se refería a la propensión de ciertos ambientalistas a emitir juicios maniqueos, tan infundados como absurdos, contra algunas actividades económicas, incluyendo las de generación energética. Sosegado como es, sin embargo, también anotó que “hay ecologistas realistas que han entendido que el ser humano no puede entrar en contacto con la naturaleza y desarrollar una civilización sin modificarla, alterarla o incidir en ella”.
De seguro no serán estos ecologistas realistas quienes hagan aspavientos burdos contra la industria nuclear, culpándola del trance que hoy encara el pueblo japonés. Son gente pensante y serena, y los individuos así saben que poco puede hacerse ante el acaecimiento de una catástrofe natural. Dos en este caso: un terremoto y un maremoto letales, que golpearon reactores y centrales minuciosamente organizadas, y cuyos ordenados procesos posibilitaron la salvación de miles de vidas.
En donde sí pueden —y deben— concurrir toda clase de medidas humanas es en el lapso que sigue al siniestro: las horas, los días, los meses subsiguientes. Aquí es donde entra en juego el carácter de la gente, y a eso quiero referirme hoy, en vista de que aquí estamos expuestos a cataclismos que pueden cebarse sobre nuestro país en cualquier momento. Bien haríamos en internalizar las lecciones que nos están brindando los japoneses en medio de su sufrimiento. Por cierto, si en sus manos está contribuir en algo a mitigarlo, le pido que lo haga, ya sea con medios materiales o morales, plegarias por ejemplo.
No tenemos noticias de pillajes ni de saqueos en las ciudades niponas. Miles de personas han hecho acopio de víveres, linternas y otros artículos, pero no se han producido estampidas humanas, ni peleas entre gente enloquecida de pavor disputándose una vela o un saco de dormir. El Emperador ha pedido a los japoneses que resistan y se ayuden entre sí. Me llama mucho la atención la llamada a “resistir”, porque en nuestro medio una similar levantaría escozores y airadas réplicas. ¿Cómo pedir que resistamos, cuando el gobierno debe cuidar de nosotros en primer lugar?, sería la tónica. Pero no entre esa gente industriosa y fuerte. Hemos sabido de los cincuenta de Fukushima, que están al pie no de los cañones sino de los reactores, jugándose sus vidas para paliar la tragedia.
Hoy viernes, encenderé una vela por ellos. La hecatombe no podrá con Japón, porque la respuesta a las tragedias no es solo cuestión de medidas de emergencia, refugios y redes de distribución de ayuda temporal, sino de algo mucho más profundo: de la fibra moral de la gente, de su confianza en sí mismos, de su sentido de futuro, de su rechazo del fatalismo. Ya veremos cómo el temblor y la ola que arremetieron contra su isla, acabarán estrellándose ante el colosal sentido del deber y la resiliencia que caracterizan a ese magnífico pueblo
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día viernes 18 de marzo 2011.
viernes, 18 de marzo de 2011
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