Federico Bauer Rodríguez
El sistema garantizaba la estabilidad del poder de compra del dinero oficial y minimizaba los ciclos.
Desde el inicio de nuestra civilización, el oro y la plata han tenido un aprecio muy importante por parte de todas las sociedades en que fueron descubiertos.
Ambos metales han tenido gran importancia desde el punto de vista ceremonial “político y religioso”, pero su aporte más importante a nuestra civilización ha sido constituirse como el dinero por excelencia.
En efecto, el dinero tuvo diversas formas pero ya hace muchos siglos la mayoría de los pueblos adoptaron estos metales preciosos como su dinero oficial. Durante varios siglos las naciones más desarrolladas habían adoptado un sistema de emisión de papel moneda colateralizado con su stock de oro físico, a lo cual conocemos como sistema patrón oro.
Este sistema garantizaba la estabilidad del poder de compra del dinero oficial, y minimizaba los ciclos económicos que causan tanta perturbación económica y social.
Durante el siglo XX los gobiernos adoptaron el sistema de banca central con el monopolio de la emisión monetaria, y le otorgaron a los bancos privados el sistema de reserva fraccionaria, abandonando oficialmente cualquier referencia al patrón oro.
En resumen, los gobiernos han sustituido al ahorro, al trabajo y a la inversión como factores de crecimiento económico, por la emisión de papeles sin ningún respaldo en metálico, que obtienen su valor por medio de un decreto oficial. Desafortunadamente, a pesar de lo que digan Keynes, Krugman o Stiglitz, los decretos oficiales no son más fuertes que las leyes económicas, y esta irresponsabilidad colectiva está teniendo consecuencias similares a las de un tsunami financiero.
Ya en el siglo XXI, tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo, han servido de cómplices de sus gobiernos con el fin de financiar déficits fiscales nunca vistos, creando la mayor expansión monetaria de la historia.
Entre las consecuencias más importantes podemos contar con el incremento de los precios de los cereales y otros alimentos, que está causando hambrunas en los países más pobres.
Otra de las consecuencias serias de la expansión monetaria es la creación de una burbuja en los precios de los activos inmobiliarios, aunque este problema se concentra en los países que como los EE.UU., Irlanda y España cayeron en la trampa. Por supuesto que este problema contagia a los bancos, y luego a toda la sociedad, por los desequilibrios fiscales que generan los planes de rescate (bail-outs).
Una de las razones por las que los analistas económicos de corte keynesiano no comprenden el problema de la expansión monetaria, es que ellos definen inflación como el incremento sostenido y generalizado de los precios, mientras que los seguidores de la Escuela Austriaca definimos inflación como el incremento de los medios de pago, o sea la expansión monetaria, aunque no esté acompañada de un incremento del precio al consumidor.
Esta expansión monetaria se puede dar imprimiendo circulante, comprando bonos a los bancos privados, reduciendo la tasa de encaje, o habilitando líneas de crédito a las instituciones públicas o privadas, incluyendo a los ministerios de Finanzas con el fin de financiar los déficits fiscales.
Para mientras, el oro y la plata, aunque ya perdieron su calidad de patrón monetario, continúan siendo el estándar del valor, y el precio de mercado de ambos metales preciosos nos refleja, no lo caro que están, sino la pérdida de valor de la mayoría de las monedas arrastradas por la irresponsabilidad monetaria de las más “fuertes”, como el dólar y el euro. Conclusiones en la próxima.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "El Periodico", el día jueves 24 de marzo 2011.
jueves, 24 de marzo de 2011
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