RAÚL GONZÁLEZ MERLO
Brasil cambió de presidente y Lula se va a casa. Deja un mejor país del que recibió y el mundo le reconoce como el artífice de la buena condición económica y social de Brasil. Sin embargo, el mérito no es del todo merecido. Al presidente Lula se le debe recordar más por lo que dejó de hacer que por lo que hizo.
Sus programas de asistencia social son modelo para el resto de países latinoamericanos que ven con envidia los indicadores sociales. Con nombres sugestivos como “cero hambre”, el resto de países de la región se apresuran a copiar el modelo brasileño. Los organismos multilaterales promueven programas similares… Pero ¿cuál es la relación causa – efecto entre esos programas y los indicadores sociales? Yo creo que el mejor programa social de Brasil tiene que ver más con lo que Lula dejó de hacer y menos con aquello que implementó.
Cuando Lula fue electo presidente y toma posesión en 2003, lo hace en medio de desconfianza y fuga de capitales. Los inversionistas esperan lo peor. No hay nada como tener bajas expectativas para superarlas fácilmente. Ese fue el fenómeno Lula. Con un aura de marxismo el presidente Lula no cumple con las expectativas creadas en la campaña. Al contrario, sigue una política monetaria y fiscal prudente. Esto genera confianza en el sector privado nacional e internacional, lo cual permite dos cosas importantísimas para el éxito económico. La primera es más inversión para alcanzar un crecimiento económico promedio por habitante de 5% anual durante sus ocho años de mandato. Dos veces más rápido que su antecesor, Enrique Cardoso. Lo segundo es que logra mantener una inflación anual promedio cercana al 6.5%, menos de la mitad de la inflación anual promedio del gobierno anterior.
Con una economía en crecimiento y un mejor poder adquisitivo, no sorprende que los brasileños hayan gozado de lo mejor de ambos mundos y que miles de ellos salgan de la pobreza. Ello permitió que Brasil enfrentara y superara la crisis financiera internacional mucho mejor que otros países desarrollados. Lula recibió un desempleo cercano al 12%, y entrega uno en 7%.
Brasil y Lula no son ejemplo de lo que los programas sociales de redistribución de la riqueza pueden alcanzar. Más bien son ejemplo de lo que el sector privado puede provocar cuando el Gobierno lo permite. La realidad, aunque políticamente incorrecta, pero realidad al fin, es que Lula nunca hubiera logrado los indicadores sociales si el sector privado nacional e internacional hubiese creído que seguiría su agenda socialista.
Así que bajen sus expectativas respecto de los potenciales resultados de programas redistributivos. Si estos no son precedidos y acompañados de crecimiento económico acelerado, estarán arando en el mar. Esa es la verdadera lección del exitoso gobierno de Lula.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Prensa Libre", el día martes 11 de enero 2011.
martes, 11 de enero de 2011
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