Carroll Ríos de Rodríguez
Creemos que vivimos en un sistema capitalista, o mercado libre, y pasamos sentencia sobre él.
“En arca abierta hasta el justo peca”, era la advertencia y la sabiduría de los abuelos. Los académicos reinventan el agua azucarada, repitiendo la idea con palabras técnicas: “Los incentivos para hacer o pedir sobornos o compensaciones se dan cuando los oficiales del Gobierno tienen poder económico sobre las personas o las empresas privadas. No importa si el poder es justificado o injustificado. Una vez se institucionaliza un patrón de sobornos exitosos, los oficiales corruptos tienen un incentivo para aumentar el tamaño de los pagos demandados y para buscar formas alternativas para extraer sobornos”. (Susan Rose-Ackerman)
Más novedosos resultan los estudios sobre el impacto de la corrupción en el crecimiento económico. Los resultados que arrojó su investigación asombraron hasta al propio autor, Paolo Mauro. Tomando como base los índices de corrupción de Business International, notó que “una mejora en la desviación estándar de un grado en el índice de corrupción causó un alza en la inversión de 5% del Producto Interno Bruto (PIB) y un aumento en medio punto porcentual en el crecimiento anual del PIB per cápita”. Otros análisis, como por ejemplo aquellos llevados a cabo por el Banco Mundial, presentan un escenario parecido.
El mapa mundial del Índice de Percepción de Corrupción, publicado por la organización Transparencia Internacional (TI), es fulminante. Los países en lo que suele tildarse el Occidente desarrollado (Canadá, Estados Unidos, el oeste de Europa, Australia), son claramente los más prósperos, los más libres y los más transparentes.
El bienestar y la transparencia eluden al resto del mundo. Los diez países más corruptos, según TI, son: Guinea Ecuatorial, Burundi, Chad, Sudán, Turkmenistán, Uzbekistán, Irak, Afganistán, Myanmar y Somalia, con calificaciones inferiores a 2 de 10 puntos. Algunos de estos países, como Myanmar, Chad y Guinea, vuelven a salir en la lista de los países más pobres, en el índice por el Instituto Fraser y otros.
La corrupción aqueja a los sistemas económicos de corte mercantilista. Éstos retardan la creación de riqueza e imponen pesadas cargas a sus habitantes. Mediante restricciones de entrada al mercado, excesiva tramitología, la burocratización del quehacer público y el estímulo a los grupos de interés, el mercantilismo establece una alianza entre los políticos y ciertos ciudadanos privilegiados. También el crecimiento de la economía informal es consecuencia del mercantilismo; emprendedores, comerciantes y profesionales simplemente no pueden acceder a la formalidad; el costo de entrada es muy alto.
Los habitantes de América Latina nos lamentamos por el lento crecimiento de nuestras economías, si no de su retroceso. Nos duele la persistente pobreza de nuestra gente. Intuimos que las reglas del juego no son adecuadas, pero a veces no depositamos la culpa a los pies del mercantilismo, ni de la corrupción, sino a los pies del capitalismo. Creemos que vivimos en un sistema capitalista, o mercado libre, y pasamos sentencia sobre él.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día miércoles 26 de enero 2011.
miércoles, 26 de enero de 2011
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