PEDRO TRUJILLO
Recién iniciamos un nuevo año, como otras muchas veces. La costumbre, la buena fe y las colosales intenciones que nos colman en estas fechas harán que repensemos múltiples propósitos para los próximos trescientos y pico de días. Como en pasadas ocasiones, corremos el riesgo de que la esperanza, el optimismo enfermizo y la falta de racionalidad impidan ver las cosas como son.
Sin embargo, 2011 puede ser un buen año para despertar y darnos cuenta de que los golpes de Estado —por cierto, poco condenados por quienes suelen hablar o escribir sobre derechos humanos— se dan desde el poder, en Venezuela y Nicaragua. Seguramente la solución final será estruendosa, por permitirlo con el silencio cómplice que solamente se perturba para condenar hechos como los que ocurrieron en Honduras, finalmente un mejor país de lo que estaría con el delincuente Zelaya, perpetuado en el poder, y “por ahora”, empleado de Chávez.
Dispondremos de mucho tiempo para aceptar que con la Cicig o sin ella seguimos sin tener una justicia pronta y cumplida, porque el problema es la falta de exigencia y permitir un sistema que consiente, cuando no promueve, los procesos viciados, el amañamiento y la cobardía de muchos jueces que se resignan en vez de enfundarse debidamente los pantalones, prefiriendo perpetuarse en un sistema corrupto y mercantilista que no cambian por miedo, comodidad o rentabilidad. Tendremos la oportunidad —si queremos— de aprender que los políticos no sirven eso que pomposamente denominan el bien común. Más bien utilizan el sistema para su propio beneficio, y de paso, hacen algo sonado que le salva la cara, aunque cueste el triple. Es momento para no dejar corromper más el sistema admitiendo cambios de partido cuando fueron elegidos por otro distinto o pretendiendo, sin haberse sometido a procesos electorales, ejercer el poder bajo coberturas ficticias, como la de “primera dama”, que no figuran en el sistema legal pero que “justifican” el manejo cuestionado y poco claro de fondos; o de ver quién es el responsable, por inacción, de los más de seis mil asesinatos anuales, sin inmutarse, ser juzgado ni perseguido por genocida. Existe la oportunidad de que el vicepresidente tomé apenas un par de minutos y una octavilla para relatar lo que ha hecho en tres años de figurar en el gabinete, o reflexione sobre la transparencia que promueve el Gobierno y que no ha superado la voluntad declarativa, mientras continúan los contratos fraudulentos que terminan provocando miles de víctimas, desolación y pérdidas enormes que se evitarían si la corrupción realmente se combatiera.
Despertemos, meditemos sobre qué hacer este año para evitar hundir más el país que con pasión e ilusión contribuimos a engrandecer. Hay que informarse y no dejarse llevar por falsas promesas, frases vacías o eslogan, como suele ser habitual. Nadie arreglará lo que nuestra cobardía, pereza o falta de entusiasmo no quiera solucionar. El destino es nuestro hasta que decidamos dejarlo al manoseo de todos los que suelen venderse al mejor postor, pretendiendo luego vendernos también a todos. Es el año de tomar el porvenir bajo responsabilidad propia y no soñar con los ojos abiertos sin querer admitir que las cosas están muy mal y que la libertad se escapa un poco cada día. Es tiempo del realismo práctico y de comenzar a ser éticos, no esperando a que otros lo sean. Hora de ser nosotros mismos y de pelear por nuestros anhelos y aspiraciones, cualquiera que sea el precio. Esos pueden ser auténticos propósitos para este 2011.
Art;iculo publicado en el diario guatemalteco "Prensa Libre", el día martes 04 de snero 2011.
martes, 4 de enero de 2011
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