martes, 4 de septiembre de 2012

Iglesia y minería

PEDRO TRUJILLO
Un artículo de opinión contra la minería (Mineros nos invaden) permite reflexionar sobre el contenido y su autor —el sacerdote Víctor Ruano—, quien alude, entre otras cosas, a la tozudez política y empresarial frente a la sabiduría del pueblo en no querer esa clase de empresas. Desconozco a qué“pueblo” se refiere ni el porqué de ignorar a esa otra población anhelante de empresas generadoras de riqueza que conscientemente esquiva. Tampoco tengo información sobre cuántas minas ha visitado, si comprobó el crecimiento del número de empresas locales en donde aquellas se instalaron o el significativo aumento de la renta media de los lugareños. Pareciera que la objetividad y la responsabilidad al escribir ocupan un segundo plano frente al prefabricado discurso de tribuna. Es preciso recordarle que no es portavoz exclusivo de una iglesia universal de la que todos —malos católicos incluidos— formamos parte; que la “sabiduría del pueblo” es una expresión general que nada concreta, aunque sagazmente manejada pretenda hacerlo; que no asistir a clases de economía genera importantes lagunas sustentadoras de discursos embaucadores, aunque cuenten con la bendición de la diócesis y que no es conciliable ser agitador de párrocos y “demás agentes de pastoral” y portador de casulla dominical. Me cuesta comprender —en un clérigo cristiano— ese sesgo ideológico-radical y no entiendo que aún se sostengan fracasados postulados del entorno de la teología de la liberación, pretendiendo respaldar opiniones radicales con conceptos incorrectos y falaces. Recuerde que “la verdad nos hará libres” y que nos enseñaron que la mentira es un pecado, aunque pareciera que solo para laicos. Le sugiero, padrecito, aplique las sugerencias hechas en estas páginas por monseñor De Villa, donde pedía responsabilidad, seriedad y veracidad, algo ausente en sus afirmaciones, o el llamado a “la conducta moralmente recta” de su colega Mario Molina. Una prueba de humidad sería visitar una mina y comprobar si realmente es tan “Goliat” o “Bestia” como sugiere, o por el contrario, está usted errado (sin “h”). De ser así, súbase al púlpito repleto de humildad y haga su personal acto de constricción, como seguro exige a los demás. Reconozca que no “todo el pueblo” desea lo que usted amañadamente generaliza y que posiblemente no haya “tanta maldad” en quienes promueven un negocio lícito. Es inquietante como cierto liderazgo de la iglesia católica aboga por teorías antidesarrollo, habiendo otras formas más misericordiosas y eficientes de llenar los templos. Todos somos responsables de predicar, pero con la verdad, con datos y cifras que no entrampen el juicio, con humildad mariana e incluso con la energía que utilizó Jesucristo para expulsar a los mercaderes del templo. Eso no le da pie para creerse —nunca mejor dicho— más papista que el Papa, ni para dejar de lado el coraje de encarar una realidad que termina por enriquecer y hacer más prósperos a sus coterráneos pobres. Hay que llamar a las cosas por su nombre, pero no exaltar los ánimos con vocabulario incisivo ni mucho menos utilizar el poder tras la sotana. El Reino de Dios no requiere de protección medioambiental, aunque sí de resguardo contra manipuladores y cuentistas, religiosos incluidos. Digo yo que en algún lugar encontraron aquellos Reyes Magos el incienso, la mirra y el oro, y que recuerde no hubo condena a la explotación minera, como tampoco la hay cuando se fabrican miles de cálices, copones, patenas, custodias, etc., todas de oro y plata, o se habla del trabajo digno de los mineros en la encíclica Laborem exercens, ¿o habrá otra versión bíblica que desconozco? Artículo publicado en el diario guatemalteco Prensa Libre, el día martes 04 de septiembre 2012.

Buropréstamos

JOSÉ RAÚL GONZÁLEZ MERLO
Con la llamada ley de “actualización fiscal” y “antievasión”, aprobadas de “urgencia nacional”, el Gobierno realizó el incremento de impuestos más alto de nuestra historia. Pero, para desgracia del ciudadano, ese aumento no fue suficiente para saciar el ansia de gasto público. El fin de semana nos enteramos de que viene otro préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), por $237 millones, para “generar más ingresos tributarios”. Una cosa es aquel refrán que reza “pisto llama pisto”, y otra es que se inventen uno nuevo que rece: “impuestos llaman deuda”… Es increíble cómo las promesas del “cambio” poco a poco se traducen en más de lo peor. Cuando uno escucha que el BID aprueba un crédito de $237 millones para el Gobierno de Guatemala, alguien pudiera pensar en más carreteras, puentes, puertos, aeropuertos e infraestructura para mejorar la eficiencia y competitividad del país. Bajar costos y hacernos más eficientes beneficia a todos y conduce al “desarrollo”. ¿No se llama así el banco, pues? Pero cuando burócratas nacionales piden financiamiento a burócratas internacionales pareciera que solo buscan una cosa: aumentar la burocracia. Eso es justo lo que pasará si permitimos que se apruebe semejante endeudamiento externo. ¿Para qué cree que van a usar la plata? Dicen que para “apoyo a reformas que ayudarán a incrementar los ingresos fiscales, fortalecer la administración tributaria y los mecanismos de control del endeudamiento nacional y municipal.” ¡Qué cinismo! ¿Vamos a contratar deuda porque el endeudamiento nacional y municipal está fuera de control? Pues así parece. El crédito equivale a casi Q1,900 millones en más burocracia. Hoy en día la SAT gasta Q640 millones al año, y el Ministerio de Finanzas, otros Q315 millones. El préstamo es más del doble del presupuesto de ambas entidades. ¿Quién puede ser tan ingenuo como para pensar que el dinero será usado para otra cosa que no sea fomentar más burocracia, más despilfarro y más corrupción? La respuesta a la anterior pregunta es: el BID, a quien los guatemaltecos ya le debemos más de $2 mil millones. Divida eso entre los seis millones de personas que forman la población económicamente activa y resulta que cada una debe 330 mil dólares. ¿Se ha puesto a pensar cuánto tendrá que trabajar para pagar los impuestos con los que habrá que pagar esa y la nueva deuda; más los intereses? Peor aún, ¿ya se puso a pensar que encima tendrá que pagar más impuestos para soportar la nueva burocracia? Estamos a las puertas de un préstamo más, en donde los únicos ganadores serán quienes reciban el pisto, mientras que los tributarios guatemaltecos recibirán la factura. Esa miope visión de burócratas nacionales e internacionales nunca nos conducirá por la senda del “desarrollo”. El mal llamado Banco Interamericano de “Desarrollo” siempre ha sido bueno para endeudarnos, pero muy malo para rendir cuentas de los beneficios de sus financiamientos. Ojalá que esta vez tengamos la dignidad de impedir que sigan robándonos con la complicidad del BID. Hechor y consentidor pecan por igual. Artículo publicado en el diario guatemalteco Prensa Libre el día martes 04 de septiembre 2012.

El alacrán y el sapo

Estuardo Zapeta
“Elige bien tus batallas,” reza la sabia sentencia política; ah, y “elige bien a tus aliados... y a tus enemigos”, diría el sabio y rancio político. Y este es el mensaje para Otto. Los “aliados”, los que en política no existen, ya que en ese “arte” debe usarse la palabra “intereses”, son cada vez más los más extraños especímenes empezando por la más variopinta gama de “asesores” hasta “operadores” y “negociadores”. Por ejemplo, no sé quién lo convenció de salir a pelear por unas “reformas constitucionales” que cada vez logran menos apoyo, y cada vez más juntan a aquellos que de alguna manera estaban “neutros” —lo cual ya es mucho en política chapina— frente a su administración, pero Otto ha insistido, con enojo a veces, que las reformas van. Hay quienes dicen que Otto se convirtió en “vocero” de una extraña corriente política, una solapada “socialdemocracia light” que necesita, a la que le urgen, la que desfallece, y esas “reformas constitucionales” son su último aliento de vida. En este punto, Otto, te recuerdo aquella antigua historieta del alacrán y el sapo. El alacrán quería pasar de un lado del río al otro (léase los “socialistas” ejerciendo el poder quieren seguir en el control de la cosa pública), y para pasar su única opción era el sapo. Durante el diálogo (“negociación”) el venenoso alacrán le pide al sapo que lo pase al otro lado del río, ante lo cual el instintivo sapo le dice que no, que a mitad de río el alacrán de plano “lo picará” mortalmente (“picar” es un chapinismo). El maldito alacrán le reclama falsamente al sapo que cómo puede pensar eso, y el sapo le responde que “picar” está en la naturaleza de los alacranes y que no pueden renunciar a su naturaleza. El asqueroso y tramposo alacrán “socialista” le dice que ¿cómo se le ocurre eso al sapo? Y explica de manera convincente pero mentirosa que si eso hace “los dos se hundirían” y que eso no le conviene a ninguno de los dos. El sapo, ingenuo como él solo, cree esa mentira, la cual le parece una conclusión lógica, y decide llevar al sucio alacrán al otro lado con la promesa de que no será “picado”. A medio río iban cuando ¡zaz¡ el alacrán “pica”, al ingenuo sapo mortalmente y a éste apenas le da tiempo de decir en agonía: “Y deai, vos alacrán, qué pasó, no que no pues”; a lo cual el traicionero alacrán respondió: “Vos lo dijiste, está en mi naturaleza, y no lo pude evitar”. Los ingenuos sapos cuando mueren flotan, así que el mugroso alacrán llegó vivo, sano, salvo y tranquilo al otro lado del río, pero el sapo llegó en calidad de cadáver. Otto: la traición está en la naturaleza de ellos y ellas y te necesitan para llegar al otro lado del río. Las batallas a las que esos alacranes te meten son innecesarias, no son las tuyas, y te van a matar, digo “picar” políticamente. Que “flotés” no es suficiente para Guatemala. Demasiados alacranes decidiste llevar al otro lado del río. El pueblo sigue de este lado. Artículo publicado en el diario guatemalteco Siglo 21, el día martes 04 de septiembre 2012.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Guatemala, guarida de delincuentes

Marta Yolanda Díaz Duran
A Francisco Dall’ Anese, como a todo buen burócrata internacional, casi siempre le llegan tarde las noticias. Hace algunos días, en referencia a la próxima extradición del ex presidente Alfonso Portillo a EE. UU., declaró que “el país [Guatemala] podría convertirse en guarida para los delincuentes internacionales” si no se lograba que Portillo fuera entregado pronto al gobierno del país mencionado primero. ¡Qué cosa! Si nuestra tierra es desde tiempo atrás guarida no solo de delincuentes, sino de criminales de la peor calaña. Y sin discriminación: los hay nacionales e internacionales. Muchos de estos delincuentes se encuentran refugiados en la Cicig, un ente más de la Organización de las Naciones Unidas que en lugar de ayudarnos a cambiar para bien de todos el sistema de justicia, ha enseñado a los fiscales locales a abusar del poder e intimidar a la gente para alcanzar sus objetivos, los cuales, la mayoría de las veces, poco tienen que ver con atrapar a los criminales. Les interesa emitir una condena, más que hacer justicia. No buscan a quien la debe, sino a quien la paga. No obstante, el principal refugio de delincuentes y criminales no son las oficinas de burócratas internacionales, pagados con los impuestos de los habitantes cuyos países pertenecen a su círculo de explotados. La principal guarida de los peores criminales es el Gobierno. Al menos por el momento, parece que de Portillo sí nos vamos a librar por un tiempo, sobre todo después de la decisión de la Corte de Constitucionalidad de negarle al citado el amparo que solicitó para evitar su extradición a EE.UU. Eso, a pesar de la labor del magistrado Mauro Chacón para salvarlo de rendir cuentas a los gringos. Ojalá también se pueda recuperar algo de todo lo que nos robó a los tributarios de Guatemala. Basta una simple mirada a los cambios en la calidad de vida de quienes llegan al ejercicio del poder (Portillo por ejemplo), para comprobar la veracidad de mi juicio sobre el gobierno. De pichirilo destartalado que se queda tirado por todos lados, pasan a viajar en autos blindados de 50 mil dólares en adelante, acompañados del colero pagado por nosotros. De casa a medio construir en una zona popular, pasan a mansión con vista a la ciudad y chalet en alguna playa cool. De shucos los sábados a cena de miles de quetzales en algún restaurante fusion en las partes de la zona viva que todavía son vivibles. Y así puedo listar sin acabar los cambios notables en la vida de los gobernantes, en la de sus familiares y en la de sus amigos que consiguieron un contrato con el Estado, o un puesto de tercera categoría con acceso a las arcas públicas, o un cargo que les da el poder de extorsionar al empresario que, para que su negocio sobreviva, no le queda más que pagar la mordida. Hoy solo cambian los ladrones que llegan a gobernar. Y una vez no cambiemos las bases que soportan nuestro sistema político, el cambio seguirá siendo para empeorar. Artículo publicado en el diario guatemalteco Siglo 21, el día lunes 03 de septiembre 2012.

viernes, 31 de agosto de 2012

Historia de un patán borracho

Karen Cancinos
Luis Javier Rodríguez Chun se llama el veinteañero que hace dos meses embistió mi auto. Ese jueves 31 de mayo, a las 5:45 de la tarde, circulaba yo por el Boulevard Landívar en dirección al área de Cayalá, cuando escuché un chirrido de llantas. Luego vino una especie de golpe seco. Volé entonces –literalmente–, pues mi carro se elevó metro y medio. Pum, pum, pum, pum: pasé quebrando cuatro arbolitos del arriate antes de caer al otro carril del boulevard. Por unos segundos me pareció estar inmersa en alguna mala película “de acción”, esas en que alguien se mete en una congestionada avenida en sentido contrario al tránsito y, por supuesto, esquiva todos los autos. Pero la cosa es mucho menos emocionante y más angustiosa que eso: los conductores de los vehículos que venían de frente, tan asustados como yo, bocinaban y hacían eses sobre el asfalto. Ninguno chocó de frente contra mí, cosa que hubiese ocasionado una tragedia, pues todos íbamos a una velocidad aproximada de 60 kilómetros por hora. Bueno, casi todos. El patán que me embistió había ido quién sabe a cuánto. Cuando finalmente fui a chocar de lado contra un paredón, respiré hondo y me quedé pasmada. Al cabo reaccioné, me quité el cinturón de seguridad, me palpé brazos y piernas y me vi al espejo retrovisor. No sangre, no dolor, solo taquicardia y una expresión espantada que me duró horas. Un hombre joven se acercó a preguntarme si estaba bien y me ofreció su celular para hacer llamadas. Lamento no haberle preguntado su nombre para agradecer aquí su disposición de buen samaritano, pero en momentos como ese no piensa una con claridad. Vi hacia atrás, al otro lado del boulevard: el carro que me había embestido, un Nissan gris, estaba volcado, aplastado, en medio de un charco de cristales rotos. Recuerdo haber pensado: “Allí hay un muerto”. Atarantada, llamé a mi marido, salí de mi muy maltrecho auto, crucé el boulevard y me dirigí al otro lado. En el arriate estaba el alcalde Arzú, con el ceño fruncido. Parecía muy preocupado por “sus” arbolitos. Al parecer circulaba casualmente por el lugar, así que se bajó a ver el estropicio y cuando tomó debida nota de la escena, se subió a su carro y se fue. En unos minutos aquello se volvió un hervidero de bomberos, policías civiles, policías de tránsito, mirones y conductores ofuscados por el atasco que se armó. Entonces, el “muerto” salió arrastrándose del Nissan destruido. Era un joven que se tambaleaba pero no de las heridas –no tenía ni un rasguño– sino de la borrachera que se cargaba y que se había puesto en la URL, donde estudia Ingeniería según dijo. Lo que ha pasado en estos dos meses últimos es la miscelánea infortunada de este tipo de cosas: un contrato de reconocimiento de deuda que el fulano firmó pero que luego incumplió, estafa mediante cheque, en fin, el tipo es una joya. Obviamente es el menos recomendable para un trabajo o una beca (DPI 2117-32621-0101), pero también –y ese es mi punto– para una renovación de licencia de conducir. En medio de su nube etílica, dijo que su mejor amigo había muerto en un accidente poco tiempo atrás… y que él lo acompañaba. Por lo visto ha salido ileso de los accidentes que provoca. Su amigo no tuvo tanta suerte. Pero yo sí, y por eso digo que irresponsables de ese calibre no deberían tener licencia para matar. Artículo publicado en el diario guatemalteco Siglo 21, el día viernes 31 de agosto 2012.

El fracaso de la narcoguerra

Estuardo Zapeta
El presidente Otto Pérez Molina ha insistido correctamente en el señalamiento que la estrategia de lucha y guerra contra el narcotráfico ha fracasado. Y los ejemplos de México y Guatemala son sólo dos muestras que urge cambiar la estrategia. Mientras tanto, el Ministro de Gobernación, Mauricio López Bonilla, ha explicado la posibilidad que las mafias busquen establecer en Guatemala una especie de “fábrica” de drogas ilegales. Hace un par de años, Juan Carlos Hidalgo, del Cato Institute, presentó de manera contundente razones —que aquí presento de manera parcial y breve— por las cuales debe considerarse ya la descriminalización, despenalización y legalización de las drogas ilícitas. Dice Hidalgo: “Ningún proponente de la legalización ha dicho que ésta sea una panacea. Sin embargo, sí es substancialmente mejor que el fracaso patente de la guerra contra las drogas. La legalización no es una solución al ´problema de las drogas´. Pero así como la prohibición del alcohol resultó ser un enfoque equivocado al problema del alcoholismo, de igual forma la guerra contra las drogas ha sido un enfoque errado al problema del abuso de las drogas . . . Hace poco más de 40 años, el entonces presidente Richard Nixon lanzó la guerra internacional contra las drogas. La prohibición sobre ciertos estupefacientes ya era de larga data en EE.UU. En 1914 el Congreso de ese país prohibió la cocaína, la heroína y drogas relacionadas. En 1937 fue el turno de la marihuana. Sin embargo es debatible el alcance en que las autoridades estadounidenses hacían cumplir estas leyes. Todo eso cambió en 1969 con la declaración de Nixon . . . En 1919 se ratificó en dicho país la XVIII enmienda a la Constitución, la cual prohibió la fabricación, venta, transporte e importación de las bebidas alcohólicas en el territorio estadounidense. Una década más tarde, la llamada Prohibición era un fracaso. Lo que antes era un negocio formal degeneró en un mercado negro altamente lucrativo y muchas veces violento. Bandas criminales poderosas luchaban en las calles por el control del mercado, al tiempo que corrompían a las autoridades . . . La Prohibición había fracasado en lograr su objetivo ilusorio de impedir que los estadounidenses consumieran alcohol, y más bien sus efectos secundarios —violencia, corrupción, insalubridad— probaron ser más perniciosos que los males relacionados al alcoholismo. En 1933, mediante la ratificación de la XXI enmienda a la Constitución, EE.UU. acabó con el fallido experimento. . . .” Jorge Castañeda y Rubén Aguilar en su libro El Narco: La guerra fallida, ilustran cómo el precio de la cocaína va exponencialmente en aumento conforme se acerca a su destino final en EE.UU. De acuerdo con información recabada por los autores, el kilo de cocaína pura se vendía en Colombia a aproximadamente $1,600. Ese mismo kilo aumentaba su precio hasta $2,500 al llegar a Panamá. Una vez en la frontera norte de México ya costaba $1,000, y en Estados Unidos aumentaría a $20,000. Luego, en las calles de las principales urbes estadounidenses, ese mismo kilo de esa droga podría llegar a venderse al menudeo en $97,000. Artículo publicado en el diario guatemalteco Siglo 21, el día viernes 31 de agosto 2012.

jueves, 30 de agosto de 2012

Ley de competencia

Ramón Parellada
¡Una nueva ola reguladora nos ahoga! Ahora nos tocó con la famosa Ley de Competencia o antimonopolio, una ley que no es necesaria y que implicará más gasto y corrupción estatal. Estos intentos por pasar una Ley de Competencia no son nuevos. Ya en el 2002 recuerdo que la comisión de economía del Congreso de la República, la misma que ahora revive el proyecto, se prestaba a estudiar una ley similar. No se necesita una ley de competencia porque en primer lugar ya existe un artículo en la Constitución de la República, el 130, que prohíbe los monopolios. Pero más importante que este artículo es la definición que se tiene por Monopolio y competencia. Quienes defienden esta ley diferencian un mercado competitivo de un monopolio en base al número de competidores, es decir, oferentes. Esta es una desafortunada definición, ya que la verdadera competencia se da simplemente con el hecho de que exista una total libertad de entrada o dicho en otra forma, que no existan barreras a que cualquier persona pueda entrar a competir ya sea produciendo o importando cualquier producto. Algunos piensan que lo que se quiere evitar es la colusión entre pocas empresas para evitar que ellas impongan un precio de monopolio. Pues bien, estos casos de colusión tampoco son preocupantes si no existieran barreras de entrada y la competencia real actual local se sumara a la potencial, que es la más peligrosa de todas, pues constituye una amenaza constante a los productores locales debido a que es una competencia que no existe en este momento pero que puede materializarse de inmediato a través de una empresa productora nueva con mejor estructura de costos o mediante importación de productos mejores y más baratos. Los impedimentos a la competencia son siempre de índole intervencionista causados por el estado o, lo que es peor, en nuestro sistema mercantilista, por la colusión entre empresas y Estado. Veamos: Los aranceles de importación impiden la competencia del exterior y se les llama barreras arancelarias. Solución, eliminar de tajo todos los aranceles de importación, sin excepción. El consumidor empezará a ver que sus ingresos le alcanzan para más productos que ahora puede escoger de más proveedores con diferentes calidades. Los permisos de importación y sus cuotas, los permisos engorrosos y los trámites que involucra la creación de una empresa, las inspecciones fitosanitarias o de otra índole, los trámites aduanales, los ineficientes puertos, la SAT, las leyes y regulaciones especiales que imponen condiciones fuera de lo normal en productos. Todo esto y más, constituyen barreras no arancelarias que encarecen los bienes y servicios que demandamos. Si queremos más competencia, basta con eliminar estas barreras. Lo pero de esta Iniciativa de ley de Competencia, la No.4426, cuyo borrador es de 26 páginas, es que crea una comisión que terminará chantajeando a los empresarios cuando quieran expandirse mediante fusiones y adquisiciones. Somos un país pequeño y nuestras empresas necesitan crecer para poder expandirse y ser eficientes a nivel internacional. Con esta comisión me temo que nos condenamos a ser pequeños e ineficientes. El que exista esta ley en otros países no es razón para que la tengamos nosotros. Si Guatemala se comprometió a tener esta ley y hay que hacerla, entonces sugiero que la ley sea la siguiente: “Se eliminan todas las barreras arancelarias y no arancelarias. Cualquier persona o empresa es libre de producir o importar cualquier producto, en cualquier momento, sin permiso alguno siempre y cuando no dañe los derechos individuales a la vida, a la propiedad y a la libertad de los demás.” Artículo publicado en el diario guatemalteco Siglo 21, el día jueves 30 de agosto 2012.