Después de la crisis financiera y económica de 2008 se ha vuelto de moda ser keynesiano. Se aboga por más gasto público y por más emisión monetaria con un convencimiento “científico” y una gran autoridad sobre quienes nos oponemos a tal comportamiento.
Se defienden las políticas intervencionistas estatales para crear demanda allá donde no la hay mediante gastos crecientes y deficitarios, endeudamiento al límite y una enorme emisión de nuevo dinero.
No sé qué hubiera pensado el propio Keynes en estos días al ver a sus discípulos actuar de esta manera. Posiblemente se hubiera asustado y diría que ha sido incomprendido.
Lo cierto es que a John Maynard Keynes y su Teoría General se les usa de justificación científica para llevar a cabo todos los desmanes que estamos viendo hoy en día en Estados Unidos y en Europa.
Hay una historia sobre este economista inglés que me parece oportuno comentarla aquí y que la contaba el doctor Manuel Ayau. Keynes visitó en cierta ocasión la universidad de Harvard, invitado por nada menos que John Kenneth Galbraith, otro famoso e influyente economista de la segunda mitad del siglo XX.
Pues bien, Galbraith presentó a Keynes diciendo que él se consideraba el primer keynesiano de América. Cuando le tocó hablar a Keynes dijo con claridad que él no era keynesiano.
El gran Friedrich Hayek, uno de los más grandes exponentes de la Escuela Austriaca de Economía, era muy amigo de Keynes y en un momento dado de su vida se arrepentía de no haber sido más contundente en sus críticas desde el inicio contra la teoría general de Keynes.
La verdad es que creyó que caería por su propio peso y subestimó el alcance que llegó a tener.
Le parecía imposible que la gente cayera en el error de que comportarse irresponsablemente gastando más de lo que le ingresara pudiera ser aceptado como una conducta sana. No concebía que se rechazara el ahorro cuando es lo más importante para el crecimiento económico, mayor producción y futuro consumo.
No vio cómo sería aceptado que se gastara y consumiera lo que no había sido previamente creado con trabajo, esfuerzo y abstención de consumo.
Si bien Keynes en su teoría general llega a justificar los presupuestos deficitarios para alcanzar el pleno empleo, él luego recordaría a sus discípulos que esto era válido en una época de depresión.
Los discípulos lo han usado indiscriminadamente desde entonces para justificar mayores gastos del gobierno. De igual manera, Keynes afirmaba que si ya estábamos en el pleno empleo había que actuar contrariamente. En cierto modo eran sus políticas anticíclicas que otros economistas abogaban en su momento como guardar en épocas buenas para gastar en épocas malas.
Lo malo es que nunca se guardó nada. Una vez crece el aparato estatal es casi imposible reducirlo. Y no quedará más remedio que hacerlo, le duela a quien le duela, porque no se puede seguir viviendo sin sufrir las consecuencias de los excesivos gastos, altos impuestos y emisiones monetarias más allá de la producción.
Europa tiene que apretarse el cinturón al igual que Estados Unidos y el resto de países del mundo. El problema con estas medidas anticíclicas y su justificación es que ignoran que el dinero no es neutro y hay consecuencias tanto en la expansión (inflación) como en la contracción (deflación).
Estamos sufriendo la resaca de todo este comportamiento estatal irresponsable cuyas justificaciones no son válidas ni se justifican desde ningún punto de vista. Tomará todavía algunos años corregir todos los desmanes de los gobiernos y quedaremos endeudados por más tiempo gracias a ello.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo 21", el día jueves 09 de junio 2011.
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