PEDRO TRUJILLO
La lucha contra el absolutismo, especialmente a fines del XVIII y el XIX, auspició la revolución americana, la francesa e incluso detonó la independencia de América Latina.
El despotismo real, cimentado en una aristocracia fuerte y una opresión continua y desmedida, causó rechazos que terminaron con las tradicionales monarquías europeas, a excepción de la británica, que había diluido su fuerza por presiones populares tiempo atrás. El actual modelo democrático —insuficiente y diferentemente entendido y poco cuestionando— ha ocupado aquel espacio que dejó la monarquía pero sin cambiar la esencia. Sustentándose en el “poder del pueblo” y en la mayoría de votos como forma de presión a los derechos individuales, los políticos han terminado por hacer lo mismo que aquellos reyes a los que descabezaron. Abusan del ve-hículo oficial para enviar a sus hijos al colegio o hacer la compra, viajan en bussines class, utilizan indiscriminadamente el celular, cuentan con diversas ventajas como gasolina, asistentes, secretarias, etc., disponen de escoltas policiales que sustraen de la seguridad colectiva y que abren paso “a la autoridad” en perjuicio del ciudadano que espera pacientemente en su carril y se asignan sueldos y privilegios cuando dejan el cargo, toda una muestra de cuánto nos cuestan y “propuestas” que ninguno incluye en su campaña.
Conforman esa clase denominada “políticos profesionales” que nunca han trabajado en nada productivo pero que constituyen la aristocracia del modelo democrático. Déspotas pertenecientes a uno u otro partido que siempre están de acuerdo con los privilegios que se asignan y adoptan posturas comunes para satisfacer sus excentricidades. En esas discusiones no hay ideologías ni rivalidad, sencillamente acuerdos que votan mancomunadamente y que permiten la supervivencia del modelo y de las personas, mientras, ¡por supuesto! paguemos los demás.
En Europa el modelo socialista no sólo fracasó en la extinta Unión Soviética, sino que ahora vemos en bancarrota países como Portugal, Grecia o la propia España. Los derroches que vienen haciendo desde hace dos década más los costos inútiles de mantener las prebendas de políticos retirados que siguen viviendo del presupuesto, hacen que sucesos que ocurren en aquellos países —los indignados del 15-M o el Woodstock democrático— tengan más fácil compresión. Ciudadanos descontentos a quienes arrancan de sus salarios una importante cantidad en impuestos para que una parte significativa mantenga el sistema de privilegios políticos. Es cierto que Europa avanzó sustancialmente, pero no es menos que podría haberlo hecho a un costo mucho menor que, además, es difícil de cuantificar porque ningún país sabe realmente su estado financiero, gracias a la “ingeniería económica” llevada a cabo por sus dirigentes. En Guatemala, los discursos de más impuestos llegan de la boca de representantes gubernamentales extranjeros que no aclaran cómo saldrán sus respectivos países del problema en que están metidos ni cómo piensan solucionar los múltiples descontentos de una ciudadanía que ya no se traga el cuento de la redistribución, la ayuda o los programas sociales.
Quizá terminen descubriendo, aquí mismo, la receta y reduzcan la carga impositiva en beneficio de contar con más dinero para ahorrar o invertir, exactamente lo contrario de lo que proclaman funcionarios internacionales que viven precisamente con esos privilegios. Nunca es tarde para la destrucción del absolutismo democrático en que nos han metido los “cuentistas sociales” que creen que el ser humano funciona como ellos deducen en sus pobres elucubraciones mentales, lo mismo que hicieron los monarcas decapitados o expulsados por abusivos.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Prensa Libre", el día martes 14 de junio 2011.
martes, 14 de junio de 2011
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