Ramón Parellada
Recibí muchos comentarios en relación con mi artículo de la semana pasada La prohibición de las drogas (Siglo.21, 19/05/2011). La mayoría vino de personas que están preocupadas por la violencia y la destrucción de nuestra sociedad por tanta violencia y corrupción. Otros preocupados genuinamente por la destrucción que las drogas causan en quienes las consumen.
Unos pocos no estaban de acuerdo con la descriminalización de la producción, distribución, venta y consumo de drogas, pero sí la mayor parte de quienes me hicieron llegar sus comentarios por distintas vías. Esa retroalimentación me permite ampliar el tema aquí.
Debo aclarar, en primer lugar, que en el artículo referido se escribió “discriminalización” de las drogas en vez de “des-criminalización”. No es lo mismo. El corrector automático de la computadora, cambió la “e” por la “i” causando un cambio total en el sentido de la palabra. La idea de descriminalizar las drogas viene de lo que muy bien explica en su libro La tragedia de la drogadicción: una propuesta el Dr. Alberto Benegas Lynch (h) al afirmar que moralmente no corresponde criminalizar lo que no constituye un crimen. Y las drogas podrán convertirse en un vicio y dañar a quien lo consume, pero si esa persona no está dañando a otras personas o a sus propiedades no es ningún crimen.
Este punto, el de no criminalizar lo que no es un crimen, es el que a mi juicio pesa sobre cualquier otro. Criminalizar el consumo de las drogas es como criminalizar el consumo del alcohol, tabaco, chocolate, café y/o té. Al fin y al cabo todos son estimulantes. Hay alcohólicos y siempre los habrá, al igual que quienes fuman cigarrillos o puros y quienes tomamos café o té. Imaginémonos que a los deportistas se les prohíbe una infinidad de alimentos y estimulantes.
No por tomar té o café o fumar un cigarrillo o beber una cerveza estamos cometiendo un crimen. Incluso si alguien quiere emborracharse y lo hace sin afectar a otros no se le considera un crimen. Si por ir borracho en el auto atropella a alguien debe pagar las consecuencias de sus actos sin ninguna clase de atenuante. Lo mismo si por haberse ido drogado afecta a otros, dañándolos o dañando su propiedad, entonces debe pagar por ello.
Hoy en día hay una lucha, o más bien se libra “una guerra contra las drogas” que ha causado que al criminalizar el consumo y todas las etapas, desde la producción hasta la venta, sean organizaciones criminales, corruptas y violentas quienes se dediquen a este artificialmente jugoso negocio. Todo se maneja en el mercado negro o informal, o sea al margen de la ley, y no parece haber forma de pararlo.
Cada vez que hay un golpe al narcotráfico aparecen otros con más fuerza. Cada vez que se destruye parte de la oferta el precio se incrementa, incentivando más aún la participación de quienes aún no se habían caído en estas organizaciones. Mientras más ingresos y utilidades cause el narcotráfico más fuertes se hacen las organizaciones que lo manejan, más impulsan su consumo, aumentando así la demanda, y más corrompen y copan a los sistemas de justicia y fuerzas armadas y de seguridad.
En Estados Unidos se prohibió el consumo de alcohol con la famosa “Ley Seca” y se persiguió sin éxitos mayores a quienes lo producían, distribuían y vendían.
La guerra contra el alcohol jamás se ganó hasta que se abrogó la ley. Podemos y debemos aprender de esta experiencia. ¿Por qué tardamos tanto? ¿Cuánta sangre, destrucción y corrupción debemos ver todavía antes de que aceptemos que ésta es la única forma de resolver este grave problema?
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo 21", el día jueves 16 de mayo 2011.
jueves, 26 de mayo de 2011
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Excelente análisis Ing. Parellada. Creo que como parte de la sociedad civil, debemos empezar a cuestionar a los candidatos que propongan soluciones a este problema. Al único candidato a un cargo de elección popular con una postura coherente sobre las posibilidades de descriminalizar las drogas, que he conocido, era Juan Roberto Brenes (q.e.p.d.). Ahora creo que Luis Pedro Alvarez, también candidato a Diputado al Congreso, representa una luz al final de este oscuro y larguísimo túnel.
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