jueves, 7 de abril de 2011
Mejor presidente que narco
JORGE JACOBS A.
El lunes los lectores de Prensa Libre nos enteramos, a través de su artículo de portada, sobre la vida a cuerpo de rey que llevaba el supuesto narcotraficante Juan Ortiz López, alias Chamalé. En el reportaje se menciona que su fortuna se calcula en más de US$100 millones, y la foto de portada es de la casa patronal de “una” de sus fincas, que nada le envidia a las casas que aparecen en los programas de los “ricos y famosos”.
Muchos se sorprenderían del tamaño de su fortuna o de los lujos con que vivía; sin embargo, a mí lo que me impactó sobremanera fue percatarme, con un ejemplo de la vida real, de lo que en verdad representa la corrupción en un país “pequeño y en vías de desarrollo”. Siempre he sabido que la corrupción campea en los gobiernos latinoamericanos, pero con cifras tan grandes como las que se manejan aún en un país pequeño como Guatemala es difícil que uno pueda asimilar o comprender la magnitud de los robos.
Ahora tenemos una comparación perfecta para dimensionar correctamente la magnitud del problema: Alfonso Portillo vs. Juan Ortiz López. La acusación que pesa sobre Portillo en Estados Unidos es por haber “lavado” a través de bancos de ese país alrededor de US$70 millones. Si presumimos que Portillo lavó allá el 50% de lo que se robó durante su paso por el Gobierno, concluiríamos en que la “fortuna” de Portillo ha de rondar los US$140 millones; es decir, un 40% mayor que la de Ortiz.
Ahora bien, ¿qué tanto le costó a cada uno amasar dicha fortuna? Como explica el reportaje en mención, a Ortiz le llevó 26 años, aunque también refieren que realmente destacó en los últimos 10 años. Así que podemos decir que le tomó al menos 10 años de arduo trabajo en uno de los negocios más rentables del mundo amasar esa fortuna. Por el otro lado, Portillo amasó una fortuna mayor en apenas cuatro años de farra porque tampoco es que se mantuviera trabajando, aunque él de seguro argumentará que sí trabajó“arduamente” haciendo campaña durante seis años.
Si esta comparación no es suficiente para que dimensionemos el tamaño de la corrupción en nuestro país, no sé cuál puede ser. Y eso que aquí hablamos solo de un funcionario en una administración, y no de toda la cadena de funcionarios de distintos niveles y sus contrapartes, los “contratistas del Estado”. Así no hay dinero que alcance.
Si todavía no logra dimensionar el problema, le hago otra comparación: el presupuesto del Gobierno en un año es, al menos, 60 veces la fortuna de Ortiz. No nos debe extrañar, pues, que tanta gente se vea atraída hacia el “poder” y las fortunas fáciles que la corrupción puede dar.
Hacer fortuna honradamente no es fácil. En mi vida he conocido a varias personas con fortunas similares o mayores adquiridas legalmente, y en la mayoría de los casos —solo con dos notables excepciones de grandes emprendedores— todas esas fortunas eran el resultado del arduo y honrado trabajo de varias generaciones de emprendedores. Esas son fortunas admirables, no las obtenidas a través de la corrupción y el crimen.
Por eso es que es necesario hacer un cambio en el sistema. No importa quién “llegue” al Ejecutivo, la tentación es muy grande. Necesitamos reducir al máximo la discrecionalidad de los funcionarios públicos. También es necesario que nos involucremos en contarles las costillas a los funcionarios, lo que se puede hacer, como se ha demostrado recientemente, a través del activismo judicial.
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Prensa Libre", el día jueves 07 de abril 2011.
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