Armando de la Torre
Es comprensible que quienes un día los vitorearan ahora se arropen en incómodo mutismo. Pero, ¿y el resto?
A Mubarak lo derriban después de treinta años de gobierno autoritario y todo el mundo se alegra. Otros regímenes longevos del área islámica se bambolean y casi todos apostamos a su caída.
Y Cuba, ¿qué?
Más de medio siglo de dictadura totalitaria en ese rincón parece no crispar los nervios de nadie. Ni sus cuatro millones de exiliados, ni los centenares de fusilados que les precedieron, ni el espectáculo de todo un pueblo despojado de su dignidad, mientras la desidia oficial acumula los escombros de sus ciudades a lo largo de sus calles. Ya no nos es noticia. Los hermanos Fidel y Raúl, los sátrapas situados a la izquierda de la historia universal de la mentira, pueden digerir con calma su botín.
De vez en cuando salta a la primera plana de los diarios alguna foto de unas damas vestidas de blanco, o hasta se nos filtran los suspiros, apenas audibles, de una twittera que se asoma por entre las rendijas de la censura y que nos grita: “¡Seguimos vivos!”. Pero el silencio, al instante, regresa.
Es comprensible que quienes un día los vitorearan ahora se arropen en incómodo mutismo. Pero, ¿y el resto?
Irónicamente la tiranía de esos dos hermanos contradice todo aquello por lo que sus simpatizantes vociferan en sus patios respectivos: la alternabilidad en el poder, el acatamiento a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la superación de la pobreza, el respeto a la voluntad mayoritaria del pueblo, o siquiera algo tan elemental como la libertad de expresión, de religión, de locomoción, de ese culto, en fin, a la dignidad de cada persona que Benito Juárez hizo el equivalente de la paz.
Cayó el Muro de Berlín, se disolvió la Unión Soviética, la China maoísta emprendió la ruta hacia la propiedad privada de los medios de producción, y aun el oprobio mundialmente conocido como Corea del Norte queda, al igual de Cuba, en cuanto los últimos rezagos del “realismo” socialista. A tan absoluta y reaccionaria inmovilidad responde la comunidad internacional, a lo sumo, con un despectivo encogimiento de hombros. Al pueblo, a fin de cuentas, ya se le arrancó el alma.
Circulan, sin embargo, polizontes de la diplomacia en nombre de los Castro que, trago en mano, viven como burgueses entre los círculos del embuste legalizado. Y nuestras cancillerías callan. Últimamente, los petro-exabruptos de Chávez y las contorsiones incaicas de Evo en pleno siglo XXI desplazan el inacabable martirio de los cubanos de los titulares más llamativos de los medios masivos de comunicación. Berlusconi, inclusive, nos divierte más, y los ayatolás con el dedo en el gatillo nuclear nos atemorizan más…
Y así descartamos el ropaje de la nueva esclavitud “socialista”, como otrora lo hiciéramos con aquella otra de la trata “capitalista” a expensas de los infelices africanos. Y todo por un empecinamiento en una igualdad absurda hacia abajo, que, en palabra de George Orwell, siempre concluye en que “algunos son más iguales que los demás”.
Menos todavía interesa la lección libertaria de los profesionales cubanos exitosos fuera de su Cuba natal, ni los testimonios apasionados de sus artistas, o de sus científicos y escritores de nota. Han dejado de ser noticia.
Los “hermanos” latinoamericanos son quienes más propensos se muestran al descuido. El silencio se ha impuesto por los corredores de nuestras cancillerías. Ni los ahogados, o los devorados por los tiburones, en el estrecho de la Florida, llaman la atención.
Entre tanto, el ritmo del progreso se acelera. Ya nos preparamos para el viaje a Marte y a clonar el genoma humano. Pero Cuba continúa en su descenso hacia la Edad de Piedra.
El Dante clavó a las puertas de su Infierno la advertencia de que perdiera toda esperanza el que las traspasase. Así ha sido la vida para muchos en la otrora “Perla de las Antillas”, durante cincuenta y dos años… ¿y más?
A los sobrevivientes digo: habrá redención, porque la historia jamás ha absuelto a los egoístas obsesos en su crueldad.
Ni Dios tampoco.
Artículo publicado en el diario guatemlateco "Siglo XXI", el día domingo 20 de febrero 2011.
lunes, 21 de febrero de 2011
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