viernes, 16 de marzo de 2012

Más sobre bullying


Karen Cancinos

Que me perdone Brenda Sanchinelli, pero el bullying no es producto de “la sociedad” indiferente.

Las fierecillas que agreden a sus compañeritos tienen algo en común: ausencia de límites. No se los han puesto en sus casas, y en los colegios se niegan a hacerlo por esa horrenda idea tan de moda de que los chicos son “clientes” y no estudiantes. El cliente siempre tiene la razón, mientras que a un estudiante se le pone en su lugar cuando se debe. Se le disciplina, en suma, si sus padres no lo han hecho. A un cliente se le hace el bonito aunque sea un patán, mientras que a un estudiante se le castiga por insultar al profesor o por hacer alguna gamberrada.

Esa idea de que los estudiantes son clientes, conduce a ver a sus progenitores como cajeros automáticos, no como padres de familia. A la maquinita que suelta billetes se le ingresa una contraseña para que expenda la platita, mientras que a un padre o a una madre se le llama al orden si su hijito está dando el escándalo y causando el estropicio, o se le sienta frente al sillón del director –no “gerente” ni mucho menos– para indagar qué está pasando en su casa que explique la conducta cuasi delincuencial del muchachito.

Ahora bien, ese considerar a niños y jóvenes como clientes y no como estudiantes a ser disciplinados, provenientes de hogares donde a su vez los han patinado con la más elemental civilización, no es culpa de dueños y gestores de colegios. Ellos responden a la pereza y egoísmo de padres y madres que no quieren serlo. Obviamente no estoy generalizando: este país se hubiese descalabrado hace tiempo de abjurar todo mundo de sus responsabilidades. Pero lo que sí es cierto es que hay demasiada gente que está teniendo hijos y desentendiéndose de ellos al enviarlos a colegios caros, menos caros o baratos, no importa, como si fuese responsabilidad de los maestros educar a los chiquillos. Con educación no me estoy refiriendo a instrucción en ciertas áreas del conocimiento, sino a saber conducirse con dignidad por la vida, cosa que implica respeto por uno mismo y por los demás.

Vea nomás a esos “padres” que le envían al muchachito al colegio un menú de comida rápida, gaseosa incluida, como almuerzo, y no ocasionalmente sino todos los días. O esos que le ríen las groserías y las palabrotas al chiquillo. O los que palmotean ante la ocurrencia de la niña de seis años que pregunta si se ve “sexy” (¡!) con la carita pintarrajeada y un escote que emula al de una adulta de mal gusto. O los que “parrandean” con sus hijos adolescentes y su segundo, tercero o cuarto cónyuge o simplemente con su nueva “pareja”. O los que le obsequian a la quinceañera una cirugía plástica, como si a esa edad alguien la necesitara. No me estoy inventando estos casos: de todos he tenido noticia, y de seguro usted también.

Cuánta vaciedad, cuánta irresponsabilidad. Lo peor es que algunos periodistas bienintencionados pero completamente equivocados les hacen el juego a semejantes “padres” cuando sollozan jurando que el bullying y la descomposición social evidente ya entre niños y adolescentes es producto de “la sociedad” indolente e indiferente. Que me perdone Brenda Sanchinelli –mujer bondadosa e inteligente–, pero yo no soy responsable de las dejadeces de progenitores que piensan que engendrar, concebir y parir los vuelve padres y madres. Porque no es así.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo 21", el día viernes 16 de marzo 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario