Armando de la Torre
Pocos discuten que en los índices comparativos del sufrimiento humano, a la mujer le ha tocado la peor parte...
¿Y la mujer? Aunque espero que haya resultado obvio para todos que el término “hombre” lo he entendido siempre en su tradicional sentido genérico de equivalente a lo “humano”, sin acepción de sexo, me es indudable, sin embargo, que la situación de la mujer merece por separado una reflexión más a fondo.
Pocos discuten que en los índices comparativos del sufrimiento humano, a la mujer le ha tocado la peor parte, desde aquella inaugural condena “parirás con dolor a tus hijos”…
En las sociedades primitivas, y todavía en algunas contemporáneas, el hombre ha abusado de su tercio de fuerza física mayor que lo distancia de la mujer.
Además, se cuenta con el hecho reiterado de que en la historia universal de los pueblos, la mitad masculina del género humano ha impuesto predominantemente a la otra mitad su escala de valores para coordinar las acciones de ambos. En ningún estadio de la evolución cultural se ha hecho eso más patente que en las sociedades seminomádicas que identificamos como “patriarcales”.
Y como corolario progresivo extemporáneo, el fenómeno de “la violencia doméstica” disminuye estadísticamente en función de los años de escolaridad del hombre y de la mujer, es decir, que a mayor capacidad para verbalizar conflictos, menor el recurso mutuo a la violencia física para resolverlos.
Por otra parte, la veneración global hacia la figura de la “madre” contrasta con tales prácticas. El lazo emocional entre madre e hijo se ha mostrado siempre el más intenso y duradero de las relaciones primarias. Y si Freud tuvo razón, aun el “complejo de Edipo” funciona en menor beneficio para las hermanas quienes, encima, a partir de la pubertad, tienden a priorizar sus relaciones con el padre sobre aquellas que las unen a la madre.
A ello se añade que la división espontánea del trabaj —el varón proveedor, la hembra nutridora— ha hecho más difícil a la mujer autorrealizarse con independencia del varón.
Y en todo habrían de tenerse en cuenta esas correspondientes adaptaciones anatómicas, fisiológicas y psíquicas correspondientes al desempeño de las tareas pertinentes, que en casi todo el reino animal, por cierto, manifiestan ecos similares.
La “igualdad integral de derechos de todos los humanos ante la ley”, una de las metas más importantes de la civilización actual, ha de superar tales diferencias obvias entre los sexos. La mujer, un ejemplo, se fija más en los “detalles” del trato social que el hombre, y desde ahí la imaginación impulsa a ambos a malentendidos que también terminan con frecuencia por victimizarla.
Igualmente el sentimiento de la responsabilidad para con la prole pulsa más fuerte en la mujer que en el hombre, lo que entraña para ella una carga adicional cuando se enfrenta a la deserción paterna, y queda profundamente herida en sus expectativas más importantes al formar pareja: protección, cariño y respeto.
La legislación correctiva contribuye algo a mejorar la condición de las mujeres pero poco; más decisivos resultan aquellos valores en el adulto que los hombres hayan podido mamar desde la cuna.
Y aquí entra el ingrediente religioso.
Hasta el surgimiento del judeocristianismo, la discriminación contra la integridad física y psicológica de la mujer fue aplastante en casi todas las culturas. El ascenso en contrario de la conciencia moral, lento y tortuoso, nos permite hoy, sin embargo, preciarnos de algunos logros que compensan ulteriores retrocesos inesperados. Y así, ya no se tiende a ver a la mujer desde la óptica simplista de un útero fabricante de futuros soldados, como durante los siglos en los que el poder militar era “ultima ratio”.
Tampoco como “descanso del guerrero”, donde la belleza de las formas de su cuerpo se apreciaba como la corona del botín del victorioso.
Menos aún desde el ángulo ultramachista de un Schopenhauer, quien la quiso ver tan sólo como “un ser de cabellos largos e ideas cortas”…
Y el cristianismo, ¿en qué ha contribuido?...
Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo XXI", el día domingo 12 de diciembre 2010.
lunes, 13 de diciembre de 2010
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