martes, 17 de enero de 2012

Investidura presidencial


PEDRO TRUJILLO

¡Qué bonito el acto de investidura! ¡Cuánto mandatario por acá! Qué orgasmo de satisfacción más especial ver calles cortadas, vehículos con sirenas que desviaban a ciudadanos que pretendían desplazarse y estaban ajenos a lo que ocurría, policías distraídos que no vigilaban donde a diario todos saben que asaltan, porque estaban cuidando a tan “majestuosas personalidades”. Somos pobres y pedigüeños, y constantemente solicitamos ayuda internacional porque no podemos atender las necesidades más básicas; queremos subir la recaudación fiscal, pero derrochamos Q10 millones en un relevo presidencial ¿Qué pensará un español o un griego a quien su gobierno le reduce prestaciones mientras envían dinero para que los guatemaltecos lo gasten en una suntuosa investidura presidencial? Somos unos hipócritas consumados y permisivos que dejamos hace tiempo de tener vergüenza y respeto propio y únicamente nos queda la piel de la cobardía que se endurece, cual callo, con el tiempo.

Podríamos haber gastado los millones en algo productivo —o en lo que nos diera la gana—, a fin de cuentas el dinero es nuestro y no de quienes lo despilfarraron. Repartir medio millón de almuerzos y evitar muertes por desnutrición; contratar por un año a 250 policías para enfrentar los asesinatos y la violencia que nos consume; construir cien ecoescuelas con dos aulas cada una; incorporar a 300 maestros para que hagan su trabajo más allá de las protestas sindicales; pavimentar las carreteras del país antes de que los agujeros nos traguen; irse de putas más de 20 mil veces, aunque eso sería variable en función de si proceden de la línea o de un club de élite; adquirir otras tantas botellas de Zacapa Centenario para repartirlas entre los beodos visitantes o bebérselas a solas mientras, como aquel rey moro, mientras alguien llora como mujer lo que no supo hacer como hombre; organizar numerosas fiestas con pititangas y viagras corriendo con inusual alegría; dotar de motocicletas y vehículos policiales en condiciones a las fuerzas de seguridad; comprarle pistolillas nuevas, fusiles en reúso o aviones de segunda mano a un ejército nacional que nadie moderniza; organizar “cajas chicas” para que los diputados caradura las gasten en fiestillas privadas, gasolina para carros, loas acaloradas al dios Baco o caprichos similares, etc. Sin embargo, “elegimos donarlas” para un festejo “público” al que fueron invitados unos pocos y del que “las iglesias” dieron su visto bueno —como en la época imperial— con tedeum incluidos, aunque sustituyeron la corona y el cetro por Ferragamo, Chanel, Herrera, Rolex y otras joyas de la corona.

¿Son necesarias esas visitas cuando hay embajadores de cada país que pueden asistir a un acto simple y sobrio? ¿Por qué aceptamos sin rechistar que eso “del protocolo” tiene que ser así? ¡Claro que tenemos lo que nos merecemos! si permitimos que sigan viviendo del cuento. Aparecerán con sirenas y carros de guaruras pidiendo que nos quitemos del carril porque quieren pasar, al igual que cierran las calles de uso público. Hay que ser contundente con los abusos, siempre sin sentido, y este —el cambio de mandatario— debería ser un acto sencillo en el Congreso, donde dieran agua pura, café nacional y alguno que otro chocolate. El resto, lujo al que no deberíamos contribuir para que la quinceañera tenga su fiesta, aunque comience dos horas tarde y sin algunos diputados que no son sino “golpistas técnicos”. Si la quieren, que la paguen de su bolsa los entrantes y los salientes ¡Qué oportunidad perdida para haber dado una nueva imagen!

PD: ensayen los besos la próxima vez.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Prensa Libre", el día martes 17 de enero 2012.

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